…y no me estoy refiriendo a los corridos; o a los pasos que uno exhibe cuando baila con los tíos en Año Nuevo, o a los que aparecen cuando uno se relaja un poquito en Provenza. Me refiero es a aquellos libros que nos dan pena. Los libros que, por sus temas, sus géneros o sus autores, evitamos mencionar que leemos; no vaya a ser que los demás piensen algo que no es.
En primer lugar, tenemos a los libros de temas polémicos. Por ejemplo, libros esotéricos o espirituales en familias o círculos sociales demasiado deterministas o de formación científica. Ya pensarán que el retoño anda en malos pasos, o a punto de enamorarse de un hippie (que lo lleve por malos pasos) o un terraplanista con ideas raritas, alejadas de los principios de San Darwin.
Otro ejemplo es el género. Libros eróticos en familias muy conservadoras serían el ejemplo perfecto aquí. Aquí entran en juego el escándalo, la moral, la religión, la privacidad y otras tantas variables de coerción que llevan, finalmente, a dejar estos libros en el fondo de la biblioteca, mientras exhibimos algunos menos comprometedores.
Y al final, tenemos los libros de autores controvertidos. Nadie quiere verse afiliado con algún escritor que haya tenido polémicas, o haya sido cancelado de alguna forma. Y no me refiero solamente a las polémicas en las que se han visto envueltos recientemente Pullman, Laje o Rowling ñ. Me refiero a las polémicas de verdad: a la afiliación de Heidegger al partido nazi, por ejemplo. O a las simpatías de Knut Hamsun por ese mismo movimiento. O el comunismo de Gabo, notorio amigo de Fidel Castro; y de Saramago. La censura por la que pasaron las obras de Roald Dahl son otro ejemplo.
Nadie, sin embargo, quiere dejar de leerlos. Heidegger tiene a sus fans, que hacen piruetas en las Facultades de Filosofía cuando deben hablar de sus afiliaciones políticas. Y los parques temáticos de Harry Potter siguen facturando que da miedo. Laje llena auditorios; los libros de Dahl reissten las tijeras; y los de Gabo y Saramago se reeditan y reeditan. ¿Por qué? Porque -en algunos casos- es buena literatura. Y la buena literatura es universal y atemporal. Y eso resiste la prueba de la Humanidad, más allá de la corrección política de una generación, o de varias.
No obstante, lo que subyace a estos ejemplos, más allá de que suene gracioso o sean un poco extremos, es la autocensura. Es cuando dejamos de explorar y de leer aquello que nos apasiona y que queremos, simplemente porque nos da pena. Porque qué dirán. Porque qué pasa si me ven… y mi reflexión va a eso: qué importa si a uno lo ven. Qué importa lo que los demás piensen.
Si yo estoy leyendo lo que me hace feliz y no le estoy haciendo daño a nadie, ¿qué problema hay?