…y nos fuimos al Retiro, a darnos unos merecidos días de descanso en Semana Santa. Fue una escapada más que un viaje, con la idea de disfrutar de unos días leyendo y dibujando en un jardín por la mañana; mientras por la tarde caminaríamos y disfrutaríamos de la vida del pueblo, que se ha ido poblando de galerías de arte, restaurantes buenos y cafés.
Nos alojamos en LaLiebre. Su brunch es famoso, como pudimos darnos cuenta. Sus habitaciones son hermosas, y está situado en una calle tranquila del pueblo, por lo que no nos faltó el descanso.
Sin embargo, no contábamos fue con que El Retiro estaría tan poblado en Semana Santa. Las colonias regresan al pueblo a vivir su semana mayor con toda la devoción. Para nuestra sorpresa, encontramos que las procesiones todavía las lideran cofradías (vimos sus pendones), y que -en este calor de Fenómeno del Niño en latitudes tropicales- no dejan de usar el Sambenito y el capirote de los penitentes para llevar sus imágenes.
De esta forma, pudimos ver la procesión de Jueves Santo y la del ViaCrucis. Cada que salíamos veíamos algo distinto. Y, sobre todo, veíamos la devoción de las personas, que acudían a acompañar la procesión. Pudimos ver todo desde murito en la plaza, ya que las habituales mesas en las que uno se puede sentar y tomar un tinto estaban atiborradas.
El pueblo está muy bien surtido de restaurantes. Queriendo salir de lo que siempre comemos estando allá, fuimos a restaurantes que no habíamos probado, para hacer un poco de este viaje una experiencia gastronómica y de descanso.
La primera noche, fuimos a Chabuca, cuya carta estaba tan cambiada que casi que contaba como restaurante nuevo. Rodri no encontró un plato que estaba buscando, pues este restaurante comenzó como una sanguchería; pero el lomo saltado con el que se definió estaba tan bueno como mi seviche. O como el suspiro limeño que compartimos de postre. O como el pisco sour, con el que coronamos la comida.
El Balcón Azul fue una sorpresa en toda la regla. No había probado comida tan rica desde los tiempos de Barcal. Comida criolla, à la gourmet. El arroz cremoso de aguacate y pistachos con langostinos, o los filetes de tilapia con bolita de puré de yuca sobre cama de ají que compartimos estaban de muerte lenta. Espectaculares. Lo único que no me fascina es que, debido a que cambian la carta cada tres meses, esta no es física: es descrita verbalmente por el mesero. Sería más cómodo para uno como cliente y para ellos (que están siempre hablando) que el menú fuera, por lo menos, digital. Pero, en fin: así son las políticas de la casa.
De postre, en ese calor, nada como gelatto de la famosa ventana de Barro. Rodri fue por su querido gelatto de pistachos, mientras que yo fui por el de macadamia. Un pecado mortal, antes de ir a buscar el café de la tarde al Café Retiro. Este café es propiedad de los caficultores del municipio. No sólo tienen el servicio de café y postres, sino que venden sus propios cafés, bien sea molido o en grano.
Para rematar esta escapada, nos sorprendió gratamente Inti, un nuevo restaurante peruano que está en todo el marco de la plaza. Aquí, por fin Rodri pudo comer el sánguche de chicharrón con IncaKola que quería desde hace un rato. La verdad, es que estaba delicioso. La fusión de sabores del sánguche era deliciosa: con un punto de picante; pero al mismo tiempo se podía sentir el asado de la carne. Y las papas a la francesa están entre las mejores que he probado. No me las comí todas, pues ya era mucha comida. Pero valga decir que las dejé con pesar: perfectamente tostadas, con algo de piel y al mismo tiempo carnudas y emparejadas con su salsa, eran las papas perfectas para mí.
Al día siguiente, volvimos a Medellín de esta escapada. Lo hicimos un poco como volvía de la playa estando pequeña: medio traspillada por el sol, con la sensación de haber pasado muy rico; y con el deseo de volver.
Through the looking glass 