El Pintor de Almas

Ildefonso Falcones nos lleva a la Barcelona de comienzos de siglo en esta nueva historia. Una ciudad en plena conmoción. El epicentro de todo aquel Modernismo que, aupado por el auge en la industria catalana, permitió que en la Ciudad Condal confluyeran diseño, pintura, artes gráficas, arquitectura, artes decorativas y oficios constructivos alrededor del urbanismo innovador de Cerdá, una vez fueron demolidas las murallas medievales que encerraban a la urbe. 

Representado en íconos como la Casa Battló, la Sagrada Familia, el Park Güell, el Palau de la Música Catalana o el Hospital de Sant Pau, todos ellos mencionados en el libro, entre varias otras joyas del movimiento, el Modernismo se convierte casi en un personaje de la trama. Y es que es gracias a su trasfondo y a lo que representa de rompimiento con la tradición artística -respaldada a su vez por los estamentos más tradicionales de la sociedad- que Falcones pone de relieve el contraste entre la mentalidad de los siglos XIX y XX, dejando un gusto al sabor combativo, innovador e irreverente con el que se suele relacionar a Barcelona.

Las luchas obreras también toman un rol central en esta obra. Falcones nos recuerda que muchos de nuestros derechos fueron privilegios en una época no muy lejana. Y que fenómenos como el trabajo infantil solían ser parte del paisaje en una época marcada por una desigualdad infinitamente peor que la de ahora. Lo mismo con los elementos de los derechos y la autodeterminación de las mujeres. Sin ir más lejos, la primera huelga feminista de Medellín, fue liderada por Betsabé Espinal, y era para conseguir que los patrones no violaran a las empleadas durante la jornada laboral. Muy valioso que Falcones incluyera estos elementos no sólo de lucha sindical, sino de ascenso social, y de derechos femeninos en una Barcelona que fue el estandarte de la República en los años treinta del Siglo XX.

El tema recurrente del agent provocateur (Maravillas) no deja de ser fascinante. Falcones voltea la trama (y los personajes) gracias a esta trinxeraire, que actúa como una agente del caos, a la manera de un Poltergeist. Cuando uno como lector entiende que se trata de una lógica del rebusque y que esta y su hermano actúan, básicamente, desde la tripa, se relaja, pone las manos en la barandilla, y se deja llevar por la montaña rusa que representan los niños de la calle (los trinxeraires) de Barcelona.

Si bien la trama me deja el regusto de que salda las cuentas muy rápidamente (en pocas páginas para mi vengativo gusto), esta está muy bien construida. Los personajes secundarios son parte del arco de los principales. Los lugares de la ciudad, tan bien descritos que uno se siente paseando por Barcelona (Falcones no deja de ser un local), así como el ambiente y las costumbres de una época ya lejana, pero cuyos ecos resuenan todavía a nuestro alrededor, si tenemos los oídos limpios: en el sonido de los trenes, los avances tecnológicos, las jornadas laborales, y bastantes elementos más, que nos llaman al momento, glorioso y caótico, en que todo se gestó, y que Falcones supo retratar tan bien.

This entry was published on July 8, 2024 at 9:00 am. It’s filed under Lectura and tagged , , , , . Bookmark the permalink. Follow any comments here with the RSS feed for this post.

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