Hace unas semanas, se filtró un video de Carlos Vives en una parranda (dejo acá la definición para que conozcan de qué se trata) con Silvestre Dangond cantando un vallenato no muy conocido en Colombia, llamado “Aracataca Espera”. Decir que hubo un escándalo fue poco (ver publicaciones al respecto en Vanguardia de Villavicencio, El Colombiano de Medellín, El Heraldo de Barranquilla, la emisora Tropicana, RTVC Noticias, el Diario del Cesar de Valledupar, BluRadio de Bogotá, CNN en español, otra vez BluRadio, el diario ElPilón, y algunas columnas al respecto, como esta en MSN.
Quisiera aportar mi granito de arena en esta discusión, y contribuir con algo de contexto. Podemos comenzar por decir que ambos cantantes estaban en un contexto y entorno privados. Por más que sean personas públicas, el hecho de que estén en la sala de una casa rodeados de amigos y parientes en un evento cuya asistencia no se publicó lo convierte, por definición, en un evento privado.
Continuamos con el hecho de que el vallenato de la discordia no fue compuesto por Carlos Vives. Tampoco representa una pulla personal del cantante a García Márquez. Esta canción fue compuesta por Armando Zabaleta (su biografía aquí), quien de hecho era conocido y además amigo personal del padre de Macondo, cuya historia se recoge en este artículo. Por lo tanto, desde el espacio proporcionado por esa confianza, se sintió con la libertad de llamarle la atención ante un hecho particular que no fue de su agrado: la donación del Premio Rómulo Gallegos conferido al escritor a un movimiento político venezolano afín a sus tendencias políticas, en lugar de donarlo a una causa humanitaria en Colombia.
En este sentido, ejemplos ha habido desde hace varios años. No sólo el de Kid Pambelé que cita el compositor. El boxeador donó dinero para una escuela en su natal San Basilio de Palenque. Y de la misma forma han actuado Shakira, Carlos Vives y Juanes a través de sus fundaciones (Pies Descalzos y MiSangre ) e iniciativas respectivas. También lo hizo el fallecido Fernando Botero, autor de espectaculares donaciones en Medellín y Bogotá. Sin embargo, otros artistas como Sofía Vergara o deportistas como Juan Pablo Montoya se han abstenido de hacer donaciones al país, y no se les ha criticado por eso.
Lo que lleva al tercer pensamiento con respecto a esto. La razón de que no haya habido críticas a estos deportistas es que, en esencia, sus donaciones -que son muy nobles y altruistas- esencialmente son hechos personales. Nacen de una voluntad. Si lo quieres hacer, muy bien. Si no lo quieres hacer, también: no todos nacimos para llevar a cabo ese tipo de iniciativas. Esas donaciones, asimismo, cubren falencias que debería estar cubriendo el Estado con los impuestos pagados por sus ciudadanos y empresas. Es decir: hay una crítica velada a que García Márquez no haya donado ese dinero para reemplazar al Estado colombiano en alguna de sus funciones, en Aracataca, su pueblo natal. Curiosamente, no se lo cuestionan a Leo Matiz, quien es paisano del Nóbel.
Por más malestar que produzca el hecho del destino de esa donación, hay que entender que García Márquez estaba esencialmente en su derecho de destinarla a lo que quisiera. Comprendo el malestar de muchos, porque lo comparto.