Mis lecturas este mes se dividieron entre los dos extremos del amor: el amor por otra persona, que implica cambiar de pueblos y ciudades, y el amor obsesivo por uno mismo; por el cual se pueden llegar incluso a sacrificar personas inocentes.
Primero, el amor por una persona, que acompañé en En Mil días en Venecia y Mil días en Toscana. Debo decir que mi deseo de viajar por Italia aumentó; pero no por la dulzona descripción del idilio entre los protagonistas (tal vez demasiado dulzona para mis estándares) sino por las descripciones de la tierra, de las ciudades, del país y de las tradiciones que componen, primero, la región de lagunas en las que se ancla Venecia; y luego, el encantador pueblo de la Toscana donde los protagonistas deciden alquilar una vivienda por un tiempo. Bonito retrato de Italia y de la gente que en ella vive, suele sin embargo,
En contraste, La Condesa Sangrienta es un breve cuento donde se muestra el aproxismo del amor a uno mismo. Narra la historia de una mujer obsesionada con la belleza, que se aprovecha de la posición relevante de su familia para poder recurrir a los remedios más tabú. Sin redención, sin preocupación, la condesa observa desde su trono cómo, en aras de su belleza, se llevan a cabo las torturas más abyectas, que sobresaltan en lo más íntimo al lector, por un momento cómplice de sus desmanes.