Honestamente, nunca había querido ir a Europa hasta después de los cuarenta o cuarenta y cinco años. He tendido a pensar que hay que aprovechar la juventud (sobre todo los 20 y los 30) para pasar incomodidades, y tener aventuras en lugares recónditos mientras el cuerpo aguante, exista la capacidad para continuar trabajando seguido (algo así como llegar un domingo de viaje a las 12 de la noche y estar fresca en la oficina a las 7:30 a.m. del día siguiente) y no existen los compromisos de una familia y un hogar, como tienen las personas que rondan estas edades. Es más fácil llegar a Europa que, digamos, a la India; y con su envidiable infraestructura tiene las capacidades suficientes como para atender turistas de la mediana o tercera edad –sin demeritar a los jóvenes.
Sin embargo, en estos días me he descubierto pensando en ir a Europa; y en qué tan factible podría ser ir a conocer Inglaterra, Francia y Alemania. Lo anterior, porque los últimos libros que he leído tienen lugar en dichos países, con lo que he podido llegar a hacerme una idea mental de los paisajes y los lugares de los mismos, que me gustaría ver con mis propios ojos.
No hay nada como leer y viajar: los caminos se entrecruzan con las páginas; y se descubre uno siguiendo los pasos de tal o cual escritor o personaje: la Florencia de Dante y de Leonardo; la París de Victor Hugo o de los Impresionistas; Londres, de rock y Dickens; y así sucesivamente. Sin embargo, vamos a ver: el 2013 se prevé lleno de proyectos y, por eso precisamente, es que debo encontrar el foco.