Este cuarteto creó aquello que hoy conocemos como Capadocia, una región central de Turquía y el lugar desde el que escribo; más precisamente el pueblo de Göreme, el más próximo a las famosas Chimeneas de las Hadas.
Con una historia de millones de años a cuestas y habitadas desde el inicio de la Humanidad, el paisaje de Capadocia y las formaciones volcánicas que lo componen son, desde hace poco más de cincuenta años, Patrimonio de la Humanidad y uno de los destinos preferidos en Turquía.
Aunque fui muy escéptica respecto a esta parte del viaje (precisamente por aquello del cliché), debo ahora admitir que, a veces, los clichés funcionan; y que estoy más o menos un poco rendida ante los encantos simples de esta región. Comenzamos el día yendo al Museo al Aire Libre. Éste era un pueblo excavado en parte en las Chimeneas y en parte en un risco cercano. De este pequeño pueblo sorprende la cantidad de iglesias y capillas excavadas en la roca: siete!!
A continuación sus nombres: iglesia de la manzana, de la sandalia, iglesia oscura, de santa Catalina, de san Dionisio, de la serpiente, Catedral.
Estuvimos también en el llamado Valle del Amor (donde paradójicamente tenía su alojamiento un anacoreta cristiano, San Simón) y en el Valle de la Imaginación, antes de ir a otro asentamiento humano menos turístico pero igualmente interesante, en el cual tuvimos la oportunidad de subir casi hasta los palomares, y de entrar a la más pequeña e ignota de las capillas bizantinas de la región, que evidencian su importancia como centro espiritual en la alta edad media y el imperio bizantino.
No se sabe si algunas de estas iglesias tuvieron decoración; ni si los frescos o mosaicos que pudo haber en ellas fueron arrancados por los cismas iconoclastas de hace ya mil años.
De las iglesias que conocí, hay tres que tienen frescos, de los cuales los más suntuosos son los de la Iglesia Oscura, cuyas 10 liras extra bien vale la pena pagar para conocerla en el Museo al Aire Libre. De las otras se conoce su función, en algunos casos, por las tallas en sus paredes.
Encontré algo extremadamente conmovedor en la dignidad y la austeridad de estas iglesias
bizantinas, en las que -desgraciada o afortunadamente- no se pueden tomar fotos; con lo que la experiencia queda en los ojos y la cabeza de quien lo vive. Es como si le dijeran al visit ante “hola, aquí estoy y aquí estaré cuando tú te vayas”, dejando entrever la naturaleza efímera de la vida humana.