Escribo desde el paraíso. No sólo debido a que es un hotel en la playa de Sharm el-Sheikh, sino a que estoy en el Sinaí, la antigua tierra consagrada a Hathor debido a las minas de turquesas -las piedras de la diosa, a la que atribuían poderes curativos- presentesdes de antes de los tiempos de los faraones.
Salimos de Alejandría en el bus de las once de la noche con destino al Sinaí, gracias a que previsoramente habíamos comprado nuestros boletos en El Cairo, para asegurarnos de tener transporte seguro y decente al balneario, ya que esta vez serían alrededor de ocho horas de viaje por tierra.
Llegamos a la Terminal de Buses de Alejandría; la cual parece de juguete al lado de las nuestras. Semeja un enorme patio donde van parqueando los buses de las diversas compañías según hayan establecido los horarios de salida; las plataformas no están numeradas y no hay letreros que señalen hacia dónde se dirigen los buses. “Preguntando se llega a Roma” dicen por aquí; y preguntando al Jefe de Servicio fue que pudimos encontrar nuestro bus.
Mientras salíamos, comimos algo en previsión a las horas de carretera en una cafetería donde estaban dando partidos de fútbol de la Confederación Africana de Fútbol, donde el líder -Egipto- estaba ganando un partido contra uno de sus rivales en la copa regional; por lo que alrededor de la luz del televisor no había sólo moscas o polillas, sino también personas que no querían perderse un detalle del encuentro.
Finalmente, nuestro bus al Sinaí, con muy buenos asientos y equipado con wifi, partió rumbo a la salida del Delta al desierto del Sinaí, donde hasta el día de hoy patrulla una fuerza internacional compuesta, entre otras nacionalidades, por compatriotas que quieren mantener la estabilidad política de esta región tan volátil.
Pasamos la noche en movimiento, y al amanecer, pudimos ver una serie de cadenas de colinas, que confirmaron la buena nueva: ya estábamos adentrados en el Sinaí, y estábamos por llegar a Sharm el-Sheikh! Atrás quedaron los temores por el ataque a los turistas que iban al Monasterio de Santa Catalina en días pasados. Gracias a Dios, habíamos llegado indemnes a disfrutar de unos últimos días de tranquilidad antes de comenzar nuestro regreso a casa.
El bus nos dejó en la terminal, y tomamos un taxi que nos dejó en la puerta del hotel. Tras registrarnos, montamos nuestras cosas en un carrito de golf y fuimos a nuestra habitación.
Nos bañamos, cambiamos por vestidos de baño, y salimos no sólo a desayunar, sino a disfrutar de las delicias de un delicioso pedazo de paraíso con mar de colores en medio de la tierra egipcia.
