No pude (o, mejor dicho, no quise) dejar de hacer este bobalicón juego de palabras en mi Instagram:
Con él, quería expresar mi absoluta incapacidad de alejarme de este libro. Me envolvió de tal manera, que lo único en que pensaba viernes y sábado era en leerlo, y saber qué iba a pasar en esa explosiva trama de espías y cazadores de nazis.
El libro describe cómo, a partir de testimonios recogidos por sobrevivientes al Holocausto, una extensa red de simpatizantes (que llega hasta nuestros días) y bastante logística, el Mossad ha hecho seguimiento a los criminales de guerra nazis desaparecidos desde la posguerra; los ha encontrado en los sitios más recónditos del mundo, y los ha juzgado tras unas operaciones de seguimiento y captura dignas de Hollywood (¿la vida imita al arte o al revés?).
La trama mezcla de manera adecuada elementos y momentos de introspección personal, junto con secuencias de acción y adrenalina; introduce de forma sorpresiva los giros y los personajes; y, aunque tiene muchos clichés de espías (las intrigas burocráticas, viajes internacionales, explosiones, secreto bancario suizo, etc.), es tan interesante y se nota tan bien la documentación subyacente, que éstos no le quitan fuerza al componente histórico y emocional de la trama; que es lo que le da al libro no sólo su sabor, sino su valor.
Aunque no se nota mucho, El Hombre de Viena es la culminación de una historia que se comienza a entrever en El Confesor. Sin embargo, a pesar de haber continuidad con los personajes principales, y algunas locaciones, es más que posible leer cada volumen por separado. La prueba es que acabo de hacerlo; y no sentí que hubiera ninguna traba o que me faltara conocer detalles del libro anterior para comprender la trama de éste.
Este libro llega a cualquier par de manos, y se necesita bastante fuerza de voluntad para seguir con la rutina.