Octubre 10
Washington, DC
Un nuevo día, una nueva aventura. Esta vez, haríamos un típico paseo de “quinto de primaria”: iríamos al Museo de Historia Natural. En sí, no es un museo muy grande; pero tiene unas lindas colecciones de animales y busca replicar todos los biomas del continente.
Su colección de minerales es lo más destacado. Literalmente, cada mineral que el hombre ha extraído de la tierra o recibido del cielo se encuentra representado en la colección. De ésta destaco, por supuesto, al Regente; estrella de la colección, que cuenta con su propia sala de exposición.
Como quien no quiere la cosa, fuimos a dar a la Galería Nacional de Arte. A pesar del inmenso tamaño de su edificio (en el que llegué a sentir alguito de ansiedad porque alcanzamos a perdernos físicamente y a estar, cada uno, solo por un buen tiempo), es un poco como una joya oculta de los Museos; pues no se la menciona tantas veces como a otras colecciones (cuyo origen, entre otras cosas, nos contaron en el Capitolio) porque… no es una de las colecciones Smithsonianas. Es una colección particular, gobernada por una junta de Trustees.
Se trata de un Museo creado por un legado consistente en la colección privada de arte del financiero Andrew Mellon, entregado al pueblo de los Estados Unidos. Mellon estaba convencido de la apremiante necesidad de que el país tuviera un museo de arte que estuviera a la altura de los mejores del mundo; por lo que, en los años 30, donó su colección (que todavía compone el núcleo de las exposiciones) al Museo; pero que, a raíz de la llegada de más legados y donaciones por parte de descendientes del Fundador y otros particulares, se fue expandiendo hasta sobrepasar el inmenso edificio original en los años sesenta y hacer necesario un segundo edificio; conectado al primero por un túnel, donde instalaron las tiendas del Museo y donde tomamos un café delicioso.
Ahora bien, las piezas son las piezas. No sólo está el único cuadro de Leonardo da Vinci en todo el continente; sino que a partir de ahí, podíamos empezar a preguntar por lo que no viéramos: Verrochios, Boticellis, Berninis, Nattier, Holbeins, Vermeers, Rembrandts, Tintorettos, Grecos, Degas…y muchos más; y sólo en el edificio principal, dedicado al arte clásico.
El segundo edificio, inaugurado en los 1960s, está destinado al arte moderno y contemporáneo. Es de menores dimensiones que el primero; por lo que no era posible perderse. Lo vimos juntos; lo que dio lugar a un interesante debate familiar. Descubrimos que, aunque al papá le en-can-ta (igual que a nosotros) ver museos de arte, es de un gusto más bien clásico; mientras que Pipe y yo tiramos hacia lo moderno. Su cara, entonces, fue un poema cuando entró a una instalación en el edificio moderno y se encontró simplemente con un cable, que dividía el espacio en tres. La mezcla de desprecio y sorpresa a partes iguales que se le dibujó en la cara habría sido digno de un retrato. Éste, sí, realista.
La tarde tocaba a su final y, de nuevo, el medio de transporte escogido fue el taxi. El papá estaba cansado, decía, de la cantidad de kilómetros recorridos el día de hoy. Pipe y yo sólo reíamos; pues sabíamos que este paseo estaba siendo suave. Comimos en un restaurante cercano, el Crisp Kitchen and Bar (1837 1st St NW, Washington, DC) donde Pipe probó una IPA muy rica. Luego, fuimos por más agua con gas (la PolandSpring que habíamos comprado el primer día resultó un éxito y ya estaba en la basura) al “mercado del indio” como apodó alguien que conocemos a Windows (101 Rhode Island Ave NW, Washington), el mercado cercano al apartamento, y nos fuimos a levantar los pies. Fin del día.
Hasta el momento, vamos así (aunque tengo un error, y no es el segundo día sino el tercero):
Delicioso que lo sorprendan a uno con un sitio que no esperaba 🙂
Y más uno tan impresionante e imponente como ese.