Si algo ha sido sagrado para los griegos en este año, ha sido el baño. Y vamos a ver que, definitivamente, está más allá de toda importancia por las parroquias de Ítaca, porque precipita una cierta cantidad de acontecimientos…
Canto XIX
Ulises aconseja a Telémaco esconder todas las armas excepto las que van a usar en la venganza; y a ello se dedican ambos. Telémaco también pide a Euriclea que encierre a las mujeres arriba; no sea que ocurra algún accidente mientras mueven las armas lejos del alcance de los pretendientes.
Telémaco pregunta por el origen de la luz que los guía; pero Ulises lo manda más bien a descansar, para él hablar con Penélope y las mujeres; y meditar cómo acabar con los pretendientes junto con Atenea.
En eso llega Penélope con sus mujeres; que empiezan a servir la mesa. Melanto, de nuevo, insulta a Ulises. Y Ulises responde, de nuevo, que el regreso del héroe se acerca y que mejor no tema ella perder su belleza.
Penélope ha escuchado también. La zahiere; y le recuerda que ella misma había pedido hablar con Ulises para preguntarle por su esposo. Acto seguido, pide una silla a Eurinome para quien, ella cree, es un simple mendigo extranjero.
Ella le pregunta por su esposo. Él empieza por elogiarla. Ella responde que sufre, y que su casa está siendo invadida por los pretendientes. Que extraña a su esposo, que teme por su hijo. Y, de nuevo, pregunta alguien a Ulises por su historia.
Ulises le cuenta la inventada que ya conocemos, incluyendo su “encuentro” con Ulises (¿aunque qué es un viaje sino un encuentro con uno mismo? Tal vez el hombre sí se encontró, al final de cuentas…); y sólo se enternece cuando la ve llorar, pensando en su esposo y temiendo por su vida. Toma algo de fuerza, y pide al mendigo que compruebe y dé fe del aspecto de Ulises.
Impertérrito, Ulises describe la ropa con la que se fue a Troya; y hiere más fuerte a Penélope. Pobre mujer; que, dentro de su tristeza, agradece al extranjero, que le ofrcee un magro consuelo: que cree a Ulises vivo en el país de los Tesprotas. Pero ya Penélope manifiesta que ha perdido la esperanza. Que cree que Ulises no vuelve.
La reina se levanta y deja al extranjero, con instrucciones a las empleadas de que lo sirvan y bañen; pues es un huésped querido. Ulises pide que lo bañe una mujer mayor; y es Euriclea la escogida.
Lo primero que hace es declarar el parecido tan asombrosos entre el héroe y el mendigo. Éste lo confirma: a fin de cuentas, se han visto.
Entonces, Euriclea encuentra algo más: una cicatriz en la pierna de Ulises, justo ahí donde un infortunado encuentro con un jabalí en su adolescencia le dejó el recuerdo. Euriclea trata de advertir a Penélope, pero Atenea distrae a la reina; y Ulises calla a su nodriza.
Penélope quiere, de nuevo, hablar con el extranjero. Le confiesa un presagio, y éste le dice que se trata de Ulises y los pretendientes. Que no tema, que todo va a estar bien. Penélope ya no sabe qué creer, pero lo escucha.
El extranjero propondrá mañana un juego a los pretendientes, como los que hacía Ulises en su palacio. Amanecerá y veremos.
Canto XX
Ulises se va a dormir, hecho un ocho. Debe pedir a su corazón que se calme, porque no puede con las emociones que siente: que lo hayan reconocido, hablar con Penélope y ver que le es fiel, las ansias de venganza…fue un día pesado en la oficina, la verdad. Atenea, sin embargo, le pregunta qué pasa, que no descansa.
Ulises le cuenta de su temor por abatir a los pretendientes. La diosa responde que no se preocupe por esa bobada y lo manda a dormir.
Penélope, sin embargo, no duerme. Llora y ruega a Artemisa que por favor, por favorcito, la hiera o la mate, pero no la haga desesperar más. Y que no le mande hombres tan parecidos a su marido como ese mendigo extranjero que pusieron en su casa.
Llega, por fin, el amanecer. Y Ulises pide a Zeus un signo que le dé claridad. Zeus responde con un trueno: el día es hoy. Luego, una empleada maldice a los pretendientes y pide que sea su última comida, porque no se aguanta más que le pongan tantos trabajos.De nuevo, sólo buenos presagios para este día que comienza.
Telémaco ya está de pie, y pregunta a Euriclea antes de salir a la Asamblea por su padre. Ella responde que el señor fue atendido tanto como quiso, y que si no hubo más atenciones no era culpa de Penélope.
La vida empieza en el palacio; y pronto llegan los sirvientes, Eumeo…y los pretendientes. De nuevo, éstos molestan a Ulises y le preguntan si no ha mendigado lo suficiente en este palacio.
Por eso, delante de los pretendientes, el extranjero jura a Eumeo que Ulises regresará; y éste le responde que ojalá, para que vean cómo tiene de fuerte el brazo.
Los pretendientes, después de concluir que no podrían matar a Telémaco, deciden entrar. Y se encuentran a Telémaco, que impone el orden y permite a Ulises entrar al salón. Al hijo ya no le importan las amenazas de los pretendientes. Sabe que lo que ha de ser, será. Y más temprano que tarde en esta historia.
Mientras tanto, los pretendientes han hecho asar la carne y quieren empezar a comer. Uno de ellos decide arrojarle el pie de un buey a Ulises, para que “reciba el regalo de la hospitalidad” pero él lo esquiva.
Telémaco se pone en pie y pone a todos en su lugar violentamente. Los ánimos se caldean, pero los pretendientes deciden que es mejor no hacer caso y seguir comiendo. Agelao les recuerda que no se van hasta que Penélope no se case. Telémaco les recuerda que él no se opone.
Los pretendientes ríen y empiezan a comer como locos, incitados por Atenea. De repente entra Teoclimenes en la asamblea, y les advierte de malos presagios: pronto los muros del palacio estarían cubiertos de sangre, y sería la de ellos.
Los pretendientes no hacen caso en su mayoría. Echan a Teoclimenes, y se burlan de Telémaco. Comen y beben, hasta morir.