Hace algunas semanas, fui sorprendida con la siguiente conversación:
- HH: Alejandra, ¿la administración de su casa es de $XXX?
- Yo: ¿Perdón?
- HH: Sí, si su administración cuesta eso. Es que usted me contó.
- Yo: ¿Cuándo le dije cuánto costaba mi administración?
- HH: Sí; o $XXXmenos. ¿Cierto?
- Yo: De nuevo, sin importar cuánto crea que cueste: ¿cuándo le dije cuánto costaba mi administración?
Se instaló un silencio denso que duró toda la mañana; y no se me habló más que para lo estrictamente necesario.
La respuesta corta es que, por supuesto, yo no le había dicho absolutamente nada acerca de mis finanzas personales. Porque, como tal nombre indica, son personales; es decir, que forman parte de la vida privada. Y yo soy muy celosa para compartir detalles de mi vida privada; especialmente ese, que ni siquiera mis familiares más cercanos conocen.
Menos que menos lo iba a compartir con personas ajenas a mi familia.
La conclusión que puedo sacar fue que -al mantener mis cuentas en la oficina- alguna vez quien me preguntó paseó sus ojos por mi escritorio y encontró el documento en mención; o que lo vio de alguna otra manera: el valor por el que me preguntó es un redondeo hacia arriba del valor real de mi administración. Es decir, una cifra bastante aproximada al valor correcto y, de la manera que haya sido, lo vio sin mi consentimiento, y menos aún, sin que yo misma se lo mencionara, como ella insistió en decir.
Siento indignación mientras escribo esto. Y quiero aprovechar la elocuencia con que me premia el enojo, para que esto quede claro para todas aquellas personas que viven -vivimos- en una oficina: compartimos el mismo espacio ocho horas al día, todos los días laborales. Pero no compartimos una vida: cada uno de nosotros es una persona aparte, con su vida privada aparte; que simplemente tiene en común con los demás compañeros del equipo el lugar de trabajo.
Podemos forjar amistades derivadas de nuestra relación laboral, y tener intereses en común; que lindo eso. Ojalá fuera así con mayor frecuencia en las oficinas, y es un premio cuando conocemos personas así en nuestro entorno laboral. Pero es igualmente importante (para mí, lo es más) aprender que todas las personas tenemos una intimidad que guardamos celosamente; que si no la queremos compartir es por algo; que hay límites que no se deben traspasar; y -nunca pensé que tendría que repetir una frase que me enseñó mi mamá “ni ojo en carta ni mano en plata”.
Pingback: La privacidad en la oficina — Through the looking glass – El Gonzo Cuevas