He recibido una herencia. Pero no es una de las que me guste recibir. De hecho, era una que esperaba que se demorara mucho tiempo en llegar (y eso, si es que acaso llegaba), porque anticipaba el dolor de esa pérdida, y lo que esta demoraría en disiparse.
Le había ido dando largas. Hasta que un sábado por la tarde, después de un llamado de atención, por fin subí a escoger los libros. De alguna forma, me resistía. Sentía que no debía ser yo, sino que se me asignaría lo que creían que podría ser bueno. Que yo simplemente llegaría a la casa y encontraría un paquete para mí, y eso estaría bien.
Y, sin embargo, heme aquí, decidiendo, rodeada de los libros de mi tía. De los recuerdos que me producen. Ver esos tomos fue como verla a ella comprándolos (fuimos juntas no pocas veces) o leyéndolos en alguna salida de familia, o alguna tarde ociosa. Es ver sus manos largas y nudosas pasando las páginas o dejando al libro en su lugar. Es recordarla.
Finalmente, fueron tres libros: dos que escogí y uno que me regalaron. Los dos que escogí fueron un homenaje a mi infancia. A tardes interminables de sábado, leyendo -doblándole las esquinas de las hojas- y escuchando a André Rieu; mientras en el fondo suenan las voces de mi familia, acompañadas de café, cigarrillos y galletas. El último, es un libro del presente: el libro que no alcanzó a terminar.
Me hiciste aflorar las lágrimas con esa descripción tan precisa y preciosa !