Hoy recibí un paquetico que había estado esperando con emoción. Se trataba de una compra que había hecho hace unos días por Instagram. Separadores de libros.
Esta es una compra conexa al mundo del libro que me encanta. Después de años de infancia profanando los libros de mis pacientes -y santas- tías doblando las páginas de sus libros, ya no soporto que nada les pase a los míos. Y por eso, después de haber leído por primera vez una edición especial del Señor de los Anillos que trae uno de tela, usos separadores de libros. Son mi placer más culpable, una de mis alegrías más grandes al comprar, y uno de mis recuerdos preferidos de viajes. Los separadores de páginas (marcadores o separadores de punto, también les dicen) me recuerdan a esos sitios donde he estado, o de donde mis amigos o familia han viajado y me han traído.
Comprendí que lo mío ya alcanzaba niveles patológicos cuando, en un viaje a la playa, armé lo que se percibió como un escándalo porque no encontraba un separador de libros. Fui a preguntar por él en la recepción; pero hablando con mi papá, que ha trabajado en hoteles, no debí haberlo hecho porque seguramente la mucama que atendió la habitación recibió un llamado de atención. La observación de mi papá se confirmó cuando me pidieron disculpas después. Desde entonces me he avergonzado y sentido como una inmadura, jodiendo por un pedazo bonito de cartulina en un hotel cuando, por un descuido mío, dejé el separador sobre una cama destendida. Esto, visto al cabo de las quinientas, era algo que iba a pasar.
Pero que, en conclusión, es algo que también ilustra mi gusto por los separadores de libros. Por supuesto, hasta el día de hoy, soy pasto de las burlas de mi papá, quien recurre al más sencillo separador de “lo que sea”. Esto quiere decir, que él usa desde papelitos hasta recibos, con el fin de no perder sus páginas. ¿Práctico? Sí. ¿Útil? También. Pero -al menos a mí- me agua la fiesta un poco a la hora de leer.
Through the looking glass 
Yo también los adoro