En la cantidad no reside siempre el placer; y debí admitirlo al comienzo del mes, cuando me sentí ahíta. Había leído tantas palabras y pasado tantas páginas que estaba algo mareada como para continuar algunas lecturas.
Así fue como, entrado Agosto, descubrí el placer de leer de a poquitos. Si en un goteo constante el agua horada la roca y la hiere de muerte hasta imponer su voluntad, así cambié mi curso de lectura, optando por encontrar mi ritmo y leer de a pocos pues, ¿quién dijo que la literatura es un placer que se apresura?
Encontré un lugar al que me gusta ir a la hora de almuerzo. Queda en un parque privado de mi ciudad, húmedo y fresco, que esta sombreado por una cúpula de ramas y hojas de bambú que dan al aire y a la luz una propiedad suave, acaricia los ojos y el papel, aquietando el vaivén del reloj y favoreciendo el tiempo de leer. Ese que se estira desde el momento en que los dedos sobrepasan la cubierta y se adentran en las intimidad de las paginas, seguidos de la mente, vacilante o inquieta, deseosa de saber un poco mas, de comprender mas…
Encontré mi santuario. Mi claro encantado, en el que leí estas dos historias que recomiendo a ojo cerrado por la construcción de su trama, que es un reto para la comprensión del lector por su variedad de niveles y su juego con la consciencia/subconsciencia: