¿No es curioso? Venden muchos libros, pero pocos separadores de libros para poder saber por dónde vamos, de dónde venimos y, los más importante, para dónde vamos en una historia. Es como un descuido comercial, el no dar a la gente herramientas para marcar sus libros de forma segura, teniendo que dañarlos recurriendo al consabido quiebre de esquina, o a exponerlos a cualquier otro material.
Me refiero, por supuesto, a los separadores que son hechos ex profeso, y cuyo fin es demarcar, de forma agradable, el fin de una sesión de lectura y el inicio de la siguiente. Si nos ponemos recursivos, separadores de libros pueden ser cualquier pedazo de papel, cartón o tela que tenga la diligencia para ello; aunque, siendo más recursivos, yo he llegado a echar mano hasta de cremalleras y cables, para no perderme en la trama de una lectura.
Hablo del tema con autoridad de lectora reformada. La preocupación de hoy por mantener los libros en buen estado denota, por las costuras, las esquinas de las hojas de muchos libros, quebradas cuando estuve en la infancia, bien fuera a mis propios libros o a los de mis pacientes tías.
De momento, tengo siete separadores, que cuido como tesoros: uno, regalo de una de mis profes de español del colegio; otro, que compré en la Alcaldía hecho de flores prensadas; otro, magnético, que me trajo mi tía de Canadá; otro de papiro, que me trajo la mamá de mi mejor amiga de Egipto; dos más, de plástico, que compré en Koziol y, por último, uno de cartón y magnético que me trajo mi tía de España.
Y, por supuesto, estoy en permanentes planes de conseguir más. Acepto sugerencias…
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