No hay accesorio que haya sido ligado a la feminidad desde tiempos remotos más veces que el abanico. De factura universal, siempre ligado (por sus materiales, por su manipulación, por lo que sea) a la suntuosidad y delicadeza, no tardó en ligárselo con el siempre fascinante mundo femenino; de cuyo lenguaje se supieron hacer prontamente emisarios, como se explica en este excelente artículo del blog Trianón de la Reina, que me trajo a la cabeza la importancia de los abanicos, y cómo ha ido decayendo su uso.
Fue precisamente un abanico, representante por excelencia de las mujeres, aunado con la historia del idioma secreto de las mujeres chinas, el nü shu, lo que dio pie a esta historia de Lisa See, quien escribe mucho acerca de las mujeres. Este fue el primer libro suyo que compré, seguido de Dos chicas de Shanghai.
En efecto, en ambos libros See antepone dos protagonistas/antagonistas femeninas, que representan valores opuestos; pero que al final de sus vidas y a través de diferentes circunstancias y pruebas, logran alcanzar la paz y el éxito en una de las condiciones más complejas para un ser humano: la condición de mujer, más allá de la beatitud, el pecado, la maquinación, el poder, la humillación, la abnegación, la victoria secreta y el orgullo público.
El libro acerca del cual escribo esta entresaca trata de un mundo frágil, el de las mujeres, mantenidas como joyas en el interior de sus casas e insertado dentro de otro mundo, el de la China antigua, regida por los hombres. De pronto, se ve convulsionado por el mundo exterior a éste: el del siglo XX y el de los occidentales. Sin embargo, a través de las páginas se muestra cómo se aferran los seres humanos a sus tradiciones y a lo que conocen, para no perderse en el río revuelto de la novedad. Así, mientras China es invadida por extranjeros y se desangra las protagonistas, presas de la mayor ingenuidad, se intercambian mensajes acerca de sus bebés a través de su abanico, talismán durante muchos años de una amistad enquistada en el crecimiento de dos personas.
Encuentro paradójico, no obstante, que este mundo de la China antigua sea, precisamente en dichos tiempos, regido por una mujer. Una mujer detrás de un velo amarillo; pero una mujer.