Pensaba en todo esto que había visto el día anterior, mientras planeaba qué hacer mientras esperábamos a mi hermano. opté por ir a ver a la Virgen de Guadalupe, pues sé que a el no le gustaría (“paseo de tía devota”), y era un lugar al que quería ir estando en México. Así que fui a la Zona Rosa (de donde seguiría saliendo los siguientes días) y pregunté por cómo llegar hasta el santuario. Oh sorpresa: en este monstruo de ciudad…todos son amables! Me indicaron, con mucha amabilidad, cómo llegar hasta allá.
Después de más o menos una hora en bus, llegué a la Basíllica. De nuevo, me sorprendí por la inmensidad del espacio, y la cantidad de templos que había. Comencé, por supuesto, con la basílica como tal, y tuve la oportunidad de ir a misa en el día de Santa Cecilia, patrona de los músicos. Pude ver, por lo tanto, cómo la gente deja los instrumentos en la puerta de la basílica para que se los bendign, y luego tocan en honor de la Virgen.
Conocí todos los templos adicionales, y en cada uno recé una oración. Se me erizó la piel sentir el amor a Dios que permea cada estructura y cada persona que vive o va allá. De todos los templos, los que más me sorprendieron fueron el de Cristo Rey y el del Pocito. El primero, porque está inclinado a tal punto, que sentí que subía una colina al entrar, y luego que tenía problemas para mantenerme de pie. Llegué a pensar en si estaba mareada, pero cuando comprendí que era un problema de la estructura, me dio risa. El segundo, por su forma tan especial (único templo redondo) y por su hermosa decoración.
Subí el Tepeyac, para llegar hasta la cima; y mientras tanto, pude probar el raspado de diablito, una delicia completa, pique incluido. Recorrí los jardines y aproveché para contarle a alguien especial dónde estaba.
Me devolví adonde mi prima, sorprendida porque el tiempo hubiera pasado tan de prisa, para ir a buscar al hermano. Oh sorpresa! Más sustos de aeropuerto nos esperaban: el hermano no apareció cuando lo esperamos…porque ya se había ido cuando llegamos. Por una inconsistencia de la aerolínea, y un malentendido, llegamos cuarenta minutos después de cuando él llegó. Siguió mi camino y se fue al Zócalo, desde donde se comunicó con nosotras.
Lo encontramos al atardecer, algo asustado; pero, tras hacerle pedir disculpas, fuimos a tomar cerveza a un antro conocido por mi prima en el Centro Histórico. Es un poco underground, no recuerdo cómo llegar, pero la pasamos muy bien: había gente tocando en vivo, buena cerveza y conversamos un rato antes de irnos a la casa a dormir.