Ciudad de México
Me desperté, y me encontré de repente viendo un paisaje que no era el mío; era el de mi prima, que muy amable y pacientemente se ofreció a recibirnos y a esperarnos en el aeropuerto. Abrí los ojos, sorprendida por haberme despertado aún de noche; y más me sorprendí cuando vi que eran las 6:45 a.m., mi hora habitual de levantarse, y aún no había esclarecido.
He ahí una de las primeras impresiones de México: está más al norte de lo que los propios latinoamericanos estamos dispuestos a admitir. En general, todos los latinoamericanos (o al menos los que vivimos en zonas ecuatoriales) tendemos a pensar que somos un remanso de luz y calor; cuando la realidad es más bien diferente. En Ciudad de México, por poner un ejemplo, amanece hacia las 7 a.m. y la vida comienza…alrededor de las 9!
Oh, blas-fe-mia: en Colombia estamos acostumbrados a madrugar. Tenemos clases a las seis de la mañana, nuestras oficinas comienzan su vida a las siete o siete y media de la mañana, por no decir los bancos; por lo que fue un pequeño shock cultural ver que mientras en Colombia dicen que “al que madruga Dios el ayuda” en el DF dicen que “no por mucho madrugar amanece más temprano”, y busca un estilo de vida más relajado.
Otro detalle: la vida (si vives en Ciudad de México, incluso en sus distritos más pudientes) te rodea; no al revés. Vivo en una ciudad que está dividida “por zonas”, así que, viviendo en una zona residencial, ir a comprar comida puede ser más o menos complicado según lo lejos que vivas de los supermercados. Aquí, sales y todo te rodea: hay vida de barrio, de cuadra. Tal no la hay en Colombia. Me sorprendió, por ejemplo, ver niños andando en las calles de la colonia de mi prima; cuando tal cosa no se ve en nuestra ciudad. Fue muy agradable y muy tranquilizador ver que la gente aún deja salir sus niños a la calle, y que hay restaurantes pequeños y buenos que te rodean, y no los tienes que ir a buscar.
Hasta el momento, esta ciudad parece ser además de atractiva, una gran aventura.