Puebla – Ciudad de México
Eran las cinco y media de la mañana cuando llegamos a Puebla, después de pasar quince horas en un bus que nos llevó desde San Cristóbal hasta la capital del Estado del mismo nombre.
Aunque no soy particularmente afecta a la idea de visitar arte sacro, tenía mucho interés en conocer una de las ciudades más famosas del país, dueña de 365 iglesias y patria chica del mole poblano y de un amigo de todos conocido. Así pues, estaba entusiasmada cuando el bus paró en la terminal de autobuses.
El primer contacto no fue muy bueno: no nos ayudaron u orientaron en nada en la terminal; a diferencia del resto de los lugares donde habíamos estado. Lo achaqué a la hora y a la más que segura falta de desayuno y sus efectos; y tan pronto como supimos cómo llegar al Zócalo de la ciudad, tomamos un bus que nos dejó cerca de él.
Al llegar, ¡sorpresa! no había nada abierto. Recordar: en México no se madruga; se toman las cosas con calma. Así pues, ni siquiera el McDonalds estaba abierto, lo que contribuyó a un cierto malestar de mi hermano, que no había consumido café.
El silencio nos rodeó, envolviéndonos hasta las 8:00 en punto de la mañana, cuando por fin abrió el McDonalds, en el que desayunamos y tomamos café. No nos atendieron muy bien (de hecho, fueron secos en su trato); pero de nuevo, lo achaqué a que tal vez a nadie le gustara trabajar un domingo a las 8:00 a.m. -cosa que hallo muy lógica- y nos sentamos a desayunar.
Fuimos también a la oficina de turismo, en la que nos informaron -de nuevo, secamente- que no era posible tomar ningún tour ni hacer ningún recorrido debido a que había un evento deportivo que cruzaba la ciudad, y que cortaba todas las rutas. Insistí de nuevo, preguntándole a la encargada si era posible entonces contactar un operador particular que pudiera evitar la ruta del evento, o si no habrían previsto alguna manera de solventar la situación, ya que turistas había en todos los momentos del año. Con sequedad, me dijo que no y que era mi problema.
Adios, ida a conocer el yacimiento arqueológico; adios, tour de las iglesias de Puebla.
¿Qué hacer? Salir-de-ahí. YA. Me giré hacia mi hermano, y le dije que saliéramos, y que conociéramos lo que estuviera cerca a pie. Recorrimos el centro histórico de la ciudad, y por lo menos pudimos conocer un par de iglesias -barrocas, muy bellas- y la famosa Capilla del Rosario. Ésta, anexa a una iglesia del centro cercana a la catedral, no tiene sino un simple letrero, que seguí por curiosidad. Ésta se vio ampliamente recompensada, cuando entramos y vimos cómo el sol de la mañana hacía brillar literalmente las paredes y el baldaquino a nuestro alrededor; en un tono de dorado que -nos dimos cuenta- no podía ser sino metálico; en una suntuosidad que no volvería a ver sino hasta ir a la iglesia de los jesuitas en Quito, que es similar.
Sorprendidos, sin poder dar crédito a lo que veíamos -como se ve en las fotos-, nos retiramos de la capilla, no sabiendo qué más hacer en la ciudad, ya que quedamos encerrados por la ruta del evento. Resignados, decidimos volver al DF, para dar algún uso creativo a la tarde de domingo, dejando Puebla para una próxima ocasión en la que pudiéramos disfrutar más de ella.
Llegando al DF, nos preguntamos ¿qué hacer? Así pues, optamos por -como cosa rara- ir al Zócalo. Esta vez nos dirigimos al Museo del Templo Mayor, uno de los lugares que recuerdan las particularidades de esta ciudad, donde en cada esquina se pueden encontrar maravillas…
En los setentas, unos obreros estaban haciendo unos arreglos por la zona, instalando cables de teléfono. Para su sorpresa, al momento de hacer un túnel y tirar los cables, se encontraron con un edificio enterrado. Por supuesto, fue imposible seguir la obra; pero sí comenzar una excavación arqueológica que, al día de hoy, muestra lo que fue el antiguo Templo Mayo de los aztecas, que se creía destruido y sustituido por la Catedral de la Ciudad de México.
Es un museo pequeño, que incluye la zona arqueológica como tal y un precioso museo de sitio arqueológico con algunas piezas hermosas, como el dios de los muertos que incluyo, y que considero totalmente digno de visita.
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