Hoy ha sido un día ocupado. Con un clima radiante, hemos recorrido el Centro Histórico de Lima, algo de Miraflores y aún nos falta tomar un tour nocturno de la ciudad que contratamos mientras nos acabamos de tomar unos pisco sour en Larcomar.
Comenzamos caminando por el Jirón de la Unión, una de las calles principales y más emblemáticas de Lima. Recorrimos la Plaza San Martín y continuamos camino por la misma calle, que ahora se vuelve peatonal.
Sin embargo, antes de adentrarnos más en el centro histórico, optamos por ir a cambiar dinero a una casa de cambios, donde tuvimos un primer contacto con la cultura de negociación local. Al tener uno de los billetes -nuevo- una pequeñísima muesca, los agentes de la casa de cambios decidieron que ese billete valía 20 céntimos menos. Aunque no era un billete mío -pues yo llevaba los soles- no pude evitar intervenir y poner a mi amigo aobre aviso, quien me lo agradeció. Decidimos en ese momento que más bien usaríamos los soles y después cambiaríamos los dólares, para facilitar el intercambio.
Cruzamos la Plaza de Armas, donde apreciamos la imponencia del Palacio de Pizarro, y seguimos hacia el Parque de la Muralla. Allá, pudimos ver uno de los cerros de Lima y los restos de la muralla de los españoles, que han preservado de forma muy bonita los limeños.
Nos devolvimos, con la idea de pasar delante de la Casa Aliaga, la más antigua de la ciudad; y ver con más deternimiento la Plaza de Armas, donde confluyen -al igual que en México- la Municipalidad, la Presidencia y la Catedral. Antes de ello, desorientados por un calor que, supusimos, sería meridiano, preguntamos a un agente de tránsito dónde sería posible comer. Ella, muy extrañada, nos señaló la puerta de un restaurante. Al instante comprendimos la razón de su turbación: eran las 10:30 a.m. y el calor de Lima nos hacía suponer el medio día en un día de calor en Medellín.
Al cruzar la Plaza de Armas, cuya fuente admiramos, pudimos ver delegaciones de localidades con su ropa típica de brillantes colores, Sin embargo, no nos quedamos mucho tiempo: torcimos a la izquierda buscando el convento de San Francisco con sus catacumbas.
Fue muy simple llegar: cuestión de seguir por las calles a dos frailes franciscanos que iban a su hogar; por lo que los seguimos hasta la puerta del convento. No lejos de allí, una señora vendía lo que parecía ser una versión limeña del jugo de guanábana que se ve en el Centro de Medellín. Lo probamos, entusiasmados, pero no fuimos capaces con él: en el calor limeño, era imposible que entrara el equivalente a una crema de choclo colombiana!