Quito,
Son las siete de la mañana, y sobrevolamos la frontera con Ecuador. Un trecho más adelante, se encuentra el Tungurahua. Luego, estamos ya encima de Quito, y nos disponemos a aterrizar cuando…vacío! Sube de nuevo el avión y da un viraje para recuperar altura.
Sorprendidos, los pasajeros nos miramos unos a otros y, los más osados, aventuramos entre nosotros conclusiones; generalmente macabras. No obstante, el capitán pronto nos hace notar que no es posible aterrizar en Quito debido a la nubosidad; pues siendo un aeropuerto urbano, necesita visibilidad física para no cometer ningún error al entrar. En caso de que un segundo intento no sé resultado, deberá aterrizar en Guayaquil.
Ahora sí nos miramos preocupados: ¿y nuestro guía?
Nuestro guía se llama Oscar, y nos está esperando en el aeropuerto Mariscal Sucre de Quito cuando, tras un segundo intento exitoso, el piloto puede aterrizar sobre la ciudad; que se encuentra a una altitud mayor a Bogotá.
Es un joven muy amable, inteligente y muy alegre que la mamá de Camilo conoció en un viaje al Ecuador hecho con anterioridad; y a quien nos encomendó para poder conocer algo de Quito en este corto tiempo por fuera del aeropuerto.
Lo primero que nos dice es que “tenemos poco tiempo, así que vamos a intentar abarcar los puntos principales. Ojalá alcancemos a conocer el monumento a la mitad del mundo” que, para resaltar obviedades, es el que da el nombre al país.
Salimos pues del aeropuerto, y enfilamos hacia el centro antiguo de la ciudad. La primera parada es la Catedral del voto nacional; cuyo mayor valor radica en que todos loe elementos estéticos que constituyen la catedral son ecuatorianos: las gárgolas son animales del país; los vitrales representan los 33 departamentos del país, etc.
Parqueamos cerca a la Calle de la Ronda, que -siempre según nuestro guía- es “como una zona rosa” de la ciudad, donde se encuentran los comercios de moda y locales de entretenimiento de Quito.
Caminamos por el sector, y nuestro guía nos lleva hacia la Plaza de Bolívar y el Palacio de Carondelet, que tenemos oportunidad de conocer en su planta baja. Seguimos caminando por el Centro Histórico, y llegamos a la Biblioteca Nacional de Quito; donde, como curiosidad, fue firmada el acata de disolución de la Gran Colombia.
Acto seguido, fuimos a conocer la Iglesia de los Jesuitas. Si me había sorprendido de la Capilla del Rosario de Puebla; no pude menos que repetir la historia con ésta: dorado, dorado y más dorado, que subía por las paredes y llegaba hasta los techos de la iglesia!
Además, los cuadros! Visiones del infierno de Dante bastante vívidas; para recordar preceptos morales a los -sin duda- aterrorizados quiteños.
De esta iglesia, subimos el cerro el Panecillo, uno de los tutelares de Quito; para ver la Virgen que hay en su cima. La estatua, hecha por un artista quiteño, tiene varias particularidades: es de aluminio, tiene alas y cadenas; en definitiva, una virgen muy poco convencional que debió haber alzado más de una ceja al momento de ser ofrecida a la ciudad.
Almorzamos en un restaurante cercano al aeropuerto, donde probamos la comida ecuatoriana. Similar a la peruana. es no obstante más picante y tiene más presencia de carnes que la del país del sur.
Viendo de lejos el monumento a la batalla de Pichincha, nos despedimos de Oscar y de Quito; y entramos al aeropuerto para emprender el tramo final del trayecto a Medellín.
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