La figura de las reinas es una bastante común en la literatura que, no obstante, ofrece dos variables de la misma:
La reina consorte, se encuentra generalmente en un discreto segundo plano detrás del rey, y remite al paradigma de la madre: es la madre del país, así como la matrona de la familia real. Es femenina, delicada y algo más seria y recatada que la princesa, a quien las bromas juveniles le están permitidas. Al tomar parte en las decisiones de su esposo –o hijo, o hermano- y estar más en contacto con la desdicha de los súbditos al dirigir obras de caridad, la dama en cuestión tendría, además, un cierto aire de gravedad.
El segundo paradigma es más vistoso que el primero ante los ojos de los hombres; y se ha quedado más enquistado en la historia: hace referencia a aquella reina que es a su vez soberana, detenta el poder y lo ejerce a discreción. Esta reina es asimilada “como un rey” y, aunque tiene más poder, es también el más solitario de los paradigmas femeninos ya que no sólo está en una tierra de nadie entre ambos sexos, sino que cuenta con la incomprensión de hombres y mujeres, por igual. Ejemplo de ello fueron Isabel la Católica, Isabel I de Inglaterra, Maria Teresa de Austria y Catalina II de Rusia. Ain embargo, mis lecturas del mes de agosto no se enfocaron en estas grandesa reinas mensionadas encima, pero sí trataron de dos mujeres que se han enfrentado al segundo paradigma de reina, con más o menos éxito:
A): Una lectora nada común, explora el lado menos común de la reina Isabel II de Inglaterra: su relación con los libros. Poco o nada se sabe acerca de este tema, por lo que el autor lo explota para darle curso a la trama de su novela: una en que la Reina literalmente se desvive por leer, dejando de lado algunas de sus múltiples ocupaciones. El aspecto central de la lectura, no obstante, es apenas la forma de entrada al mundo de palacio, y facilita la descripción de algunos de los personajes del mismo, de las relaciones de poder al interior de la corte inglesa en la actualidad.
B): La última reina. La vida de Juana la loca es una de las más apasionantes de la Historia. A pesar de tener las circunstancias a favor para reinar a la manera de su madre, fue rápidamente sobrepasada por los movimientos políticos de su época; y por sus sentimientos hacia su padre y su esposo. Su salud mental fue utilizada para dejarla en posición de fragilidad y encerrarla en Tordesillas hasta el momento de su muerte.
El punto interesante de la lectura es que da voz a Juana, una mujer volcánica y apasionada y, por ello, predecible para mentes políticas, enfocadas siempre en el cálculo y la administración del poder; y que desconfiaban profundamente de la capacidad de las mujeres a pesar de haber sido liderados política y militarmente por una de ellas: Isabel de Castilla. Gracias a Juana, visitamos la sombría España medieval, vemos los últimos esplendores de los moriscos en Granada y conocemos la Holanda flamenca, con cada una de sus cortes y todas las intrigas dela era de los descubrimientos.