Oranjestad, Aruba
El día de hoy correspondió a una de las dos ciudades “grandes” del Caribe Sur, Oranjestad, capital de la isla de Aruba. Aprovechando que llegamos temprano, mi tía y yo decidimos recorrerla a pie, con el fin de conocer de primera mano lo que la ciudad tenía para ofrecer, lo cual hicimos a pesar de ser una hora temprana y estar apenas despuntando la actividad comercial en la isla.
Caminamos en su totalidad el centro histórico, con los hermosos colores que destacan a la arquitectura caribeña, y las molduras holandesas que destacan, en particular, al Caribe Sur. Es hermoso poder ver el contraste tan fuerte entre los colores de la arquitectura y el cielo azul del Caribe!
Caminando, nos encontramos con un tranvía eléctrico y abierto que recorre el centro histórico de Oranjestad, y ¡cuál no fue nuestra sorpresa al encontrar montadas en el tranvía al resto de mis tías! “¡Móntense!¡Es gratis!” gritó una, mientrs el tranvía turístico avanzaba y ella nos hacía señas con la mano. Ni aunque hubiera que pagarlo habríamos subido; la idea ese día era mezclarnos con los locales -así fueran, a esa hora de la mañana, pocos.
Conocimos el pequeño Museo de Aruba, una casa en arquitectura de la isla que mostraba la historia de las llamadas “islas inútiles” por los españoles, que resultaron ser una mina de oro turística y financiera para los holandeses, una vez llegado el Siglo XX: mestizaje, historias y pobladores originales se citan en esta pequeña casa parainstruir a aquellas personas que quieran conocer un poco más acerca de la historia de Aruba.
No queríamos dejar de ir a la playa, así que resolvimos tomar el bus de servicio público -ARUBUS- e ir a conocer las playas y el Faro California, del cual habíamos leído mucho antes de ir. Optamos -con un mapa de la isla que nos dieron otros turistas que ya se iban- por ir al Faro y a la playa de Malmoc, la más cercana al mismo.
La terminal de Arubus estaba cerca, ya que se sitúa en la proximidad de la terminal de cruceros y al aire libre. Caminamos hasta ella, subimos al Arubus designado y nos fuimos a buscar el Faro…que fue una decepción al llegar. Habíamos imaginado una construcción inmensa, y he aquí que apenas superaba los tres pisos! Está, eso sí, sobre un risco; lo que lo hace muy visible a los barcos que cruzan por la zona, pero en absoluto era lo que nuestra imaginación concibió. Decidimos entonces que mejor nos bajábamos en Malmoc, última parada del Arubus, para ir a la playa.
Eso sí fue vida! Una playa pública hermosa, con poca gente debido a su “lejanía” de la zona de resorts, y con el famoso paisaje de las Antillas: playas blancas, interminables, de arena fina, cielo rabiosamente azul y un mar color turquesa. El mejor mar en el que me he bañado, ya que a la belleza de sus aguas añadía cierta cualidad salvaje que daba a entender que, a pesar de lo paradisíaco de la escena, seguía siendo mar abierto, llegando incluso a revolcarme en un par de ocasiones, una de las cuales implicó un aterrizaje sobre unos corales cuya marca todavía tengo. Una experiencia para repetir, y a la cual volvería a prestarme sin dudar.
Con precaución, optamos por irnos temprano; no fuera que nos dejara el barco! Así pues, después de un rato prudencial, fuimos a averiguar cuándo pasaba el siguiente Arubus. Sorpresa, pasaba en hora y media. Optamos por no arriesgar y más bien caminamos hacia Oranjestad, siguiendo la ruta del Arubus. Alcanzamos a caminar alrededor de una hora bajo u hora y media bajo el sol del medio día. No fue una decisión muy inteligente debido a nuestro tono de piel, pero permitió un acercamiento con la isla, bajo la forma de ver más detenidamente las casas -la mayoría, casas de descanso de los holandeses- en un lugar que no deja de ser una colonia.
Después de pasar mucho tiempo y los restos de un buque encallado, llegó el Arubus. Aunque nos quedaban energías para llegar hasta Oranjestad disfrutando la caminata, optamos por subir al bus debido a que íbamos a comenzar una franja desértica de terreno, y era mejor no arriesgar debido al clima de las islas. Llegamos a Oranjestad en muy buen tiempo, el suficiente para hacer algunas compras de regreso al barco, poder estar presentes en la salida del mismo de puerto y arreglarnos para asistir a nuestra primera -y hasta el momento única- comida formal en el barco durante el trayecto.