Amenece y llegamos a Willemstad, capital de la isla de Curazao. Es la ciudad más grande en la isla más grande…y paradójicamente, el sitio donde menos tiempo vamos a pasar en este viaje, así que mejor aprovechar el tiempo…
Nos bajamos del barco, y nos encontramos con nuestra guía, a quien habíamos contratado desde Colombia. Subimos a su van y vamos a conocer las partes modernas de la isla…no sin antes parar en una fábrica de quesos sugerida por ella, para comenzar con lo que serían nuestras compras en la isla. Diez minutos y muchas ruedas de queso después -circunstancia que aproveché para tomar algunas fotos del vecindario- mi familia salió de la fábrica, y nos dispusimos a ir hacia Punda, el distrito donde queda el centro histórico.
Para llegar allá tuvimos que cruzar el enorme Puente Reina Juliana, hecho entre dos cerros y de una altitud suficiente como para permitir el paso de barcos de crucero y de carga que llegan al puerto de aguas profundas de la isla, enclavado en el extremo de la Bahía Santa Ana y que de acuerdo con Yubira, nuestra guía, ha servido para dar a la isla una ventaja competitiva frente a las demás y para ser la isla industrial del Caribe Sur. Mientras en las restantes islas la actividad económica principal es el turismo, en Curazao es la manufactura así como la refinería de petroleo cercana al puerto.
Llegando a Punda, nos deslumbran los acabados de las casas, con un estilo típico holandes (techos altos, medio “estrechos”) pintados en los colores vibrantes del Caribe que le valieron ser considerados Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO. Dando algunas vueltas por el barrio, así como a los barrios residenciales de los judíos y de la clase alta en el centro histórico, donde actualmente quedan sedes de entidades estatales, como el Banco Central de Curazao y Sant Marteen, o el Archivo Nacional.
Yubira nos va llevando a través de la isla, para conocer la Bahía de los Españoles, las casas asentadas en los pequeños cerros y un parador en el que pudimos ver algo del famoso mar de la isla. Aprovechamos el parador para estirarnos, conocer un sitio de artesanías y comernos un delicioso helado; todo un pecado mortal en ese calor.
Continuamos conociendo Curazao con un tour por una fábrica de licores Curazao artesanales. Esta fábrica sólo produce 900 galones de este licor, y la mayoria se destinan a consumo interno; por lo que es escaso que salga el Curazao tradicional -más parecido a un triple sec o a un cointreau que a lo que venden aquí- de la isla. Asimismo, venden un alcohol mentolado que cuya sola etiqueta me hizo devolver a la infancia; ni qué decir el olor…
Compramos “algunas” botellas del licor (excelente regalo para traer a Colombia), y volvimos a la van, para terminar nuestro tour en Otrabanda, el sector donde queda la terminal de los cruceros y donde Yubira nos había recogido. Quedamos con la tarde libre, la cual aprovechamos para recorrer el hermoso centro Willemstad.
Como nos dimos cuenta la tía y yo, es muy positivo que la ciudad tenga un “walking tour” que te lleva desde la terminal de cruceros por un sendero hasta Punda, durante el cual se ofrece información histórica y de la isla cada cierto trecho; con suficiente frecuencia como para que te informes y te interese, pero suficiente ritmo como para no volverse cansón y permitir que, al mismo tiempo, se vean los colores de la ciudad.
Pasamos por el famoso Puente Reina Emma, primero de los dos puentes sobre la bahía y el único peatonal, fuimos al mercado flotante, a cuya orilla compré un pequeño cuadro de la ciudad; y, sobre todo, compramos los artículos que con más ganas habíamos esperado -perfumes para todos!- para perdernos entre los muchos callejones hermosos que componen este sector de la ciudad.
Cono se iba agotando el tiempo, decidimos volver al barco con calma y, ¡cuál no sería nuestra sorpresa al escuchar el silbato de la Vieja Dama anunciando que había que despejar la plataforma porque había un barco cerca! ¡A correr se dijo!, dado que apenas veníamos sobre la mitad, y más valía seguir derecho que dar la vuelta. Volvimos al barco en un tiempo sorprendentemente similar, sólo para darnos cuenta -al momento de salir el barco- que faltaban dos pasajeros para abordar, los cuales llegaron al final y entre las vivas de los demás viajeros, quienes aplaudíamos desde las cubiertas y balcones que daban a puerto.
Al atardecer nos despedimos de la isla grande y nos dirigimos al siguiente día de navegación.