Casablanca, Marruecos
Nuestro segundo día en Rabat nos llevó a la mítica Casablanca.A pesar de que para los occidentales la ciudad fue inmortalizada en la película homónima que muestra los amores de Bogart y Bergman en el Café de Rick (que aún existe), para los marroquíes la fama de la ciudad proviene de que es la capital económica y puerto más floreciente del país; además
de la sede de una de las mezquitas más grandes del mundo.
Solamente en la enorme explanada, hecha de piedra blanca, caben 80.000 personas, que asisten en las fiestas musulmanas. El edificio también es inmenso, y las visitas al mismo son guiadas con el fin de que los turistas conozcan todas las particularidades y avances de la que está dotada: su techo, decorado con los calados propios del arte marroquí, es móvil, para aprovechar el buen tiempo. Está dotado con sistemas de purificación del aire y de altavoces, estos últimos ocultos tras calados deyeso.
La decoración es bastante suntuosa, aunque a mí tanto lujo junto me produce el efecto contrario; por lo que mi opinión al respecto difirió bastante de la expresada por la guía, quien estaba fascinada y muy orgullosa.
Bajamos a conocer el hamman, hecho para la mezquita con el fin de difundir elementos de la cultura islámica. El hamman, sobra decirse, no se usa.
El hambre comenzó a apretar cuando caminábamos por la Corniche, que es como se llama al Malecón en el norte de África. Al ver que no había como muchas alternativas existentes y que, horror de horrores, me impedían entrar mi cámara, optamos por dejar la Corniche y buscar otro lugar, el cual encontramos en Casa Aladdin.
El restaurante queda a una cuadra de la Corniche, en una de las glorietas mas concurridas.
Es un lugar amable, limpio, de buena comida y buenos precios que además ofrecía wifi. Pedimos unos sánduches de Falafel, que fueron justo lo que necesitábamos y nos aprestamos para dejar la ciudad de la misma forma que habíamos llegado (por tren) pues nuestra excursión había tocado a su fin.