Jimmy’s Restaurant, o la calidez de la costa griega de Turquía

La noche del 20 llegamos a Izmir provenientes de Capadocia. Casi no llegamos al aeropuerto porque el conductor venía retrasado, lo cual pareció darle vía libre para manejar como un salvaje durante el trayecto de alrededor de una hora entre Göreme y Kayseri.
Para infortunio de la tía, que se mareó, nuestro muy piadoso conductor no aceptaba mujeres sentadas en la banca de adelante con él. Solamente recibía hombres, por lo que un afortunado turista emiratí de mediana edad pudo aliviar sus nauseas al viajar como copiloto.
Logramos entrar a nuestro consabido Pegasus justo a tiempo, y aterrizamos en la costa occidental de Turquía a las once de la noche. Fuimos al stand de Hertz y recibimos en alquiler un FIAT Palio blanco, que quedé encargada de manejar: la tía dejó el pase en Colombia y el pase de Pipe no cumplía con la vigencia mínima, por lo que la escogida fui yo.
Acomodados en el vehículo y armados con mapa y presupuesto de peajes, partimos a buscar Selçuk, pueblo donde se ubicaba nuestro hotel, el Urkmez. No bien salimos del complejo del aeropuerto, encontramos una glorieta y un letrero enorme que señalaba “EPHESUS”.
Enrumbé hacia allá la nariz del carro, y condujimos aproximadamente una hora a través del campo turco, por una carretera que ocasionalmente se hacía más estrecha o más ancha (carretera D550, después supimos que esa era la secundaria), hasta que llegamos al pueblo; cuya calle principal (al igual que la de varios pueblos que encontramos por el recorrido) era ¡adivinen! Así es: Calle ATTATÜRK.
Por una mezcla entre casualidad y uso de los mapas de Booking, parqueamos más o menos a la vuelta del hotel. La tía salió a buscarlo y menos de cinco minutos después, regresó acompañada de uno de los empleados del hotel.
La latina que hay en mí se estremeció al oírle decir que el lote donde estábamos (sin rejas, sin puertas, sin delimitación y escasamente dotado con los tope llantas para identificar las celdas de parqueo) funcionaba como un parqueadero público donde la gente dejaba sus vehículos en la noche, pues las calles del pueblo eran muy estrechas.
Al ver que la estación de policía estaba cerca de una zona del mentado lote, no dudé en dejar el carro ahí, temiendo encontrarlo al otro día montado sobre cuatro ladrillos o, simplemente, con todas sus partes desvalijadas.
Nos registramos en el hotel y caímos en cuenta de que, a todas estas, no habíamos comido nada desde el almuerzo. Eran las 12.30 a.m. y no habíamos ni siquiera cenado! Decidimos buscar algo antes de que nuestros estómagos encontraran la clave para cantar en coro, y salimos a caminar por el pueblo.
Así fue como encontramos el restaurante de Jimmy. Es un restaurante pequeño, familiar, que queda en la calle peatonal de Selçuk. Lo atiende su familia propietaria, lo que hace su servicio más cercano.
Esta gente, a pesar de tener la cocina cerrada, no dudó en preparar unos tentempiés para nosotros. Seguro algo entre la cara de cansancio y la cara de hambre es universalmente reconocible!
Cuando calmamos nuestra hambre, vinieron las consabidas preguntas: de dónde veníamos, cómo habíamos llegado, para dónde íbamos, etc. Nuestros anfitriones fueron tan amables que, además de sentarse a charlar con nosotros, nos dieron consejos muy útiles acerca del día que se avecinaba: si era mejor ir primero a la Casa de la Virgen, si ir o no a Şirinçe, un pueblo griego cerca de allí o no, etc.
Recogimos sus sugerencias, pagamos con sumo gusto la cuenta (que, dicho sea de paso, no tenía ningún valor desproporcionado, y que considero una de las cuentas que con mayor gusto he pagado en la vida) y nos fuimos a dormir. Tras el desayuno mediterráneo de rigor, al cual podría acostumbrarme hasta el día de mi muerte, salimos con nuestras maletas a buscar el carro, que encontramos -por supuesto- en perfecto estado.
Partimos, por sugerencia de Jimmy, hacia la Casa de la Virgen, primera por ser la más alejada. De nuevo, conocimos el campo turco; esta vez a plena luz del día. En esta área cercana al Mediterráneo, se trata de colinas suaves, una llanura central y, a lo lejos, la costa sobre el Mare Nostrum.
Llegamos a la Casa de la Virgen sin mucho esfuerzo: el trayecto está señalizado de forma suficiente, y el acceso y parqueo en el lugar (con una suave vigilancia) son más que satisfactorios.
Lo que más gusta del lugar es su atmósfera de recogimiento. A diferencia de las mezquitas, donde impera un código de conducta y quienes se ponen la ropa prestada para cumplirlo payasean dentro, los encargados de la Casa decidieron no insistir en este tema, sino enfocarse en pedir a los visitantes que se mantuvieran en silencio con el fin de asegurar un ambiente de recogimiento. Funcionó. La atmósfera de recogimiento de este lugar es muy difícil de obtener o imitar.
El tiempo parece derretirse y pasar con lentitud, solemne; el aire es más delgado, la luz más suave…es un lugar sumamente especial, muy recomendado para visitar; tanto para aquellos que creen como para aquellos que no.
Desde allí nos dirigimos a la famosa ciudad de Éfeso. La sede episcopal de San Juan, una ciudad de mármol, se irguió blanca y orgullosa al pie del Mediterráneo hasta que en el Siglo V un terremoto muy fuerte la destruyó y alejó la orilla del mar 5 Km creando un marisma que, en los primeros años, fue el foco de todo tipo de enfermedades y plagas que incidieron de forma significativa en el abandono de la ciudad. Actualmente, Éfeso es un sitio turístico, lugar de la UNESCO y hogar de la famosa Biblioteca de Celso, la cual tuvimos oportunidad de conocer; junto con las termas, las letrinas públicas, el anfiteatro y el prostíbulo, cuya dirección encontramos gracias al ya famoso letrero donde aparecen un pie izquierdo junto a un corazón. Por ahí dicen que un buen entendedor pocas palabras bastan…….
Mientras tomábamos un granizado de lychees en Éfeso, decidimos partir hacia Şirinçe, una sugerencia de Jimmy hecha la noche anterior. Nos dijo que lo visitáramos sólo si nos quedaba tiempo, y nos dijo que quedaba por la Casa de la Virgen.
En esa dirección salimos desde el parqueadero de Éfeso (¡otro lote, sin rejas ni nada que se le parezca! …vaya gente tan tranquila…), recorriendo las colinas propias de la región. No tardamos mucho antes de encontrar delante de nosotros otro automóvil con empaque de estar perdido…o buscando algo. “Sólo con verle las vueltas, juro que este va para donde yo voy” pensé, y avisé que iba a seguirlo.
Efectivamente, nuestro amigo explorador nos dejó en la calle principal de Şirinçe. Este es un pequeño pueblo enclavado en las colinas de Turquía, cuyo atractivo turístico es que se trata de un lugar de cultura griega; como un remanente de lo cercanas culturalmente que han sido ambas regiones desde que se conformó el pensamiento occidental.
Parqueamos y caminamos por el pueblo, un poco muy lleno de turistas. Conocimos su mercado, y disfrutamos del ambiente rural que tenía; similar y diferente al mismo tiempo a las demás partes que conocíamos del país, y muy agradablemente sombreado por los árboles y los toldos.
Dignos de mención son los vinos de frutas de la región, que no pude probar por estar manejando; así como los jabones de oliva y las artesanías de madera, muy similares a las griegas y, sobre todas las cosas, el jugo de moras!! Hay un puesto en particular, que vende el vaso por tres liras. Queda en el centro del mercado (o mejor dicho, de la zona turística) y lo atiende un chico de más o menos 28 años. Es de – li – cio -so. El mejor jugo que haya tomado jamás! Perfecto de azúcar, perfecto en la proporción de pulpa y en la cantidad de agua.
Para mayor placer, lo sirven absolutamente helado pues el puesto tiene un sistema que hace que el jugo circule por entre el hielo antes de servirlo; por lo que el líquido no se “agua” al fundirse el hielo, y la temperatura sigue siendo igualmente fría, como amerita un día de calor. Sobra decir que el paseo ameritó hacer “refill” varias veces en el mencionado puesto y en otros dos, llegando por lo menos a los cuatro vasos de este brebaje disfrutados por nosotros.
Conocimos Selçuk al caer la tarde. Caminamos disfrutando su mezquita, pequeña y con una construcción fundida con elementos cristianos; única que he visto con el patio ajardinado.
Mayor impresión me produjo, sin embargo, la masiva Catedral de San Juan. Resulta que cuando los apóstoles se fueron a predicar por el mundo, a San Juan le correspondió ir a Turquía, precisamente a esta región (por eso la Virgen tuvo casa aquí).
Aquí predicó y vivió. Aquí murió, y aquí lo enterraron. Sí, señores: en las impresionantes ruinas de esta catedral románica, que sería la séptima más grande del mundo si estuviera en pie, está la tumba de San Juan.
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¿Se acuerdan del terremoto aquel que destruyó Éfeso? Pues esta fue otra de las consecuencias: la impresionante, masiva, pesada y enorme Catedral de San Juan cayó para no levantarse sino hasta estos tiempos, que se están haciendo esfuerzos para devolver la grandeza a este templo.Créanme, no es difícil sentirse impresionado y diminuto frente a lo que debió haber sido la Catedral en sus días de gloria, cuando Éfeso era una de las sedes episcopales más importantes de la tierra…y, ya que tocamos eso, ¿por qué la Iglesia, que tiene semejantes tumbas en Roma para San Pedro y San Pablo, no tiene una tumba así para San Juan, el discípulo amado? La respuesta está en que durante más de mil años Turquía fue islámica, y su Sultán enemigo acérrimo de los cristianos y del Papa de Roma, con quien se enfrentó en no pocas batallas.
Para los turcos, era más importante la ciudadela militar que había en la ciudad que la Catedral como tal; y de eso da cuenta, como siempre lo hace, el paso del tiempo.
This entry was published on August 21, 2014 at 11:32 am. It’s filed under Diario de Viaje, Viaje and tagged , , , , , , , . Bookmark the permalink. Follow any comments here with the RSS feed for this post.

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