Aeropuerto de Izmir; Izmir, Turquía
¿No les ha pasado que muchas veces una experiencia hermosa es dañada por algún comentario o pensamiento por parte de un tercero? Me acaba de pasar: terminando el tiempo en Turquía, estábamos en el Aeropuerto de Izmir a punto de tomar nuestro acostumbrado Pegasus, cuando necesité ir al cuarto de señoras.
Entré y, oh, ¡sorpresa! Me encontré con una coqueta colección de letrinas de fibra de vidrio color crema, cada una puesta en un cubículo metálico para asegurar la intimidad.
Entre sorprendida y asqueada busqué en un segundo baño con idénticos resultados. ¡Nada! ¡Sólo letrinas! Mayor fue mi enojo cuando mi hermano me indicó que en los baños de hombres había no sólo orinales en cerámica, sino también sanitarios como Dios manda y como disponemos en Occidente.
¡O sea, para los señores que pueden perfectamente orinar de pie, hay sanitarios; y a las mujeres nos mandan a ir al baño como las gallinas! Mi feminista quema-brasieres y enrazada en dragón despertó, rugiendo contra el patriarcado y todo aquello que a
pestara a testosterona al menos a un kilómetro.
“¡Esta no es conmigo!” Me animé, con la vejiga perfectamente lisa y decidida a ir al próximo baño de hombres que me encontrara; pero para mi alegría me encontré algo mejor: el baño de los discapacitados.
Cerrado herméticamente, limpio por su poco uso, unisexo y dotado, por supuesto, de sanitario. Háblenme del paraíso más exótico y con todo gusto les refiero ese baño!
Más allá de ser una anécdota graciosa o indignante en un viaje, es un recuerdo para pensar en la forma tan diferente en que se trata a hombres y mujeres en esta región; incluso hoy en día, incluso en el contexto globalizado de un aeropuerto moderno, incluso en un país musulmán que al mismo tiempo se define como un estado laico.
Me queda la duda de cómo serán entonces los países y sociedades más observantes. Todo esto pensaba, indignada, mientras el avión despegaba a Estambul y, de ahí, a Tel Aviv.