Hotel House 57, Jerusalén, Israel
PARTE III: LA TIERRA SANTA
Pasó lo impensable: nuestro Pegasus llegó tarde a Estambul, y tuvimos físicamente que correr a través del aeropuerto hasta llegar a los mostradores de Turkish; sólo para saber que el vuelo ya había cerrado, no había pasabordos disponibles y deberíamos pagar 10€ por cabeza para reprogramar nuestros itinerarios, aprovechando que el avión ya había ce
rrado pero no había despegado.
El tamaño del Aeropuerto Attaturk sólo es posible de medir si se recorre -y se sufre, como en nuestro caso. El avión de Pegasus aterrizó en la más alejada de las pistas del aeropuerto, y sus pasajeros fuimos llevados con lentitud torturante a la terminal doméstica, para luego correr como locos por la infinidad de pasillos, escaleras eléctricas y rampas de conexión que llevan hacia la terminal de salidas internacionales, para intentar infructuosamente abordar nuestro vuelo con destino a Israel.
Mientras tanto, el tiempo corría. Al ver que, definitivamente, no era posible ir a Jerusalén de ninguna manera excepto la expuesta, nos resignamos a buscar un hotel cercano al aeropuerto para poder descansar. No bien reservamos y llegamos (¡gracias Booking!), caímos en las camas, decididos a dormir hasta que literalmente nos sacaran del hotel; que para nuestra mayor comodidad, incluía desayuno.
Pasamos la mañana durmiendo y comiendo; y parte de la tarde dando vueltas por ahí hasta que decidimos enrumbar al aeropuerto, para buscar nuestro vuelo. Con toda la tranquilidad del caso imprimimos nuestros pasabordos, esperamos y abordamos. No bien lo hicimos, fuimos testigos de una escena bastante reveladora acerca de esta región del mundo:
Un pasajero israelí estaba acomodando su equipaje de mano en el compartimiento, y sin querer, su maleta golpeó a una pasajera palestina que viajaba con su marido en la fila debajo del compartimiento que usaba el israelí. Éste se negó a pedir disculpas por el hecho, y tanto la palestina como su marido lo comenzaron a increpar.
Los palestinos se quejaban en árabe, el israelí se defendía en hebrero, y nosotros -únicos tres latinoamericanos del avión- nos sentíamos mirando un partido de tenis mientras preguntábamos a nuestras vecinas de asiento qué sucedía. Al comprender todo, pudimos llegar a apreciar la naturaleza apasionada de los habitantes de la región, y ver lo mucho que podía trascender lo que en aquel momento llamamos “un odio ancestral” enquistado en la clase turista de un avión a punto de partir.
Al ver que las palabras y gestos en ambos sentidos e idiomas subían de tono, se hizo necesaria la intervención de la policía aeroportuaria, que bajó a ambos hombres del avión, mientras pasaban a la señora lastimada una bolsita con hielo. Finalmente, ambos hombres subieron al avión y fueron obligados a viajar en zonas separadas del mismo, la señora se fue con su equipaje de mano a primera clase y el avión pudo despegar, con un considerable retraso.
Valga decir que ya había algo de nervios al subir al avión. Los días anteriores, ante la ofensiva que se llevaba a cabo en Gaza y la amenaza de Hamas de bombardear la pista del aeropuerto de Tel Aviv, y los aviones extranjeros que llegaran a Israel, Turkish había te
nido que cancelar varios vuelos, entre los que no se encontraba el nuestro. De todas maneras, la tía revisaba en el computador todos los días por si había nueva cancelaciones, y revisaba dónde podríamos ir en caso de tener que hacer un cambio brusco de planes.
Nada de esto sucedió, y aterrizamos sanos y salvos en Israel (al día siguiente de nuestra llegada, se declararía una tregua), donde fuimos a pedir autorización de entrada. Sucede que este país no pide visa a los colombianos; pero de todos modos hace que le pidamos una autorización a la entrada del país, para lo cual nos llevan a una caseta dentro del aeropuerto, donde nos piden identificarnos, mostrar nuestra reserva de hotel y explicar nuestro trabajo y nuestros planes en el país. Hacemos el trámite, y salimos buscando el transporte hacia el hotel.
Aquí, un comentario acerca de la entrada a Israel, como tal: nunca te sellan el pasaporte (Israel y Cuba son las únicas naciones que no lo hacen), sino que te entregan un papelito que, te piden, no pierdas durante tu estancia en el país y mantengas siempre con tu pasaporte, ya que ese es tu permiso de entrada y estadía. Simplemente vas a unos torniquetes y escaneas tu código QR, pasas y ya estás en Israel.
Al salir, vemos incontables letreros hechos en PowerPoint, señalando la dirección de los refugios anti-misiles, lo cual llevó a una de los mejores diálogos del viaje:
-“Shelter” es salida?
-Tía, salimos de aquí y te explico.
El transporte nos llevó hasta nuestro hotel. Debido a lo tarde que llegamos Nir, nuestro anfitrión, nos dejó instrucciones para llegar: nos indicó cómo abrir la reja de entrada al jardín y nos avisó que encontraríamos un sobre con nuestro nombre marcado y la llave dentro. Incrédula ante tanta confianza -de nuevo hablaba Latinoamérica- me sorprendí de encontrar, al filo de la medianoche, el mencionado sobre con la llave de nuestra habitación y la bienvenida de Nir, a quien conoceríamos al día siguiente.
A esa tardía hora de la noche, tampoco podíamos imaginar que House 57, nuestro hogar por el tiempo que permaneciéramos en la ciudad, sería uno de los mejores ubicados de todo el viaje; al cual, de hecho, también regresaríamos.