Hotel Salomé, Madaba, Jordania
Estoy en el desierto, en un bus jordano con arab-pop sonando y el aire acondicionado a lo que dé. Suena una versión árabe de Vivir mi vida (¿llegó hasta aquí? Mentiras, no debería extrañarme: oímos J.Balvin en Estambul, normal que Marc Anthony suene en Jordania), y yo veo pasar ante mí las tierras desérticas.
Desde mi perspectiva veo cómo, según se avanza, todas las curvas que dan los caminos (paralelos a la autopista por la que avanzamos) se van tornando rectas conforme se dejan atrás y se toma cierta distancia de ellas. La curva tiene un propósito, la recta tiene un propósito, y eso sólo se aprecia cuando se toma distancia y se aprecia el paisaje.
Interesante que haya tenido que viajar 10.000 km para poder apreciar una lección de vida a raíz de la cual me he hecho muchas preguntas en los últimos tiempos en Medellín; pero de alguna manera hay algo en esta tierra que te acerca a la respuesta, sea esta intelectual, filosófica o espiritual.
A raíz del viaje, no encuentro raro que estas tierras (desde Estambul hasta Sudán) hayan producido la más granada cosecha de místicos y profetas que la Humanidad como colectivo haya presenciado en su historia, y que precisamente aquí hayan tenido lugar los más grandes debates acerca de la naturaleza de Dios y del hombre, pagano o cristiano.
Hay algo en la aridez de esta tierra, en el absoluto de su existencia, que conmociona y abre la mente, tal vez, a niveles más profundos e íntimos del pensamiento. Inch Allah!