Octubre de 2016
Siempre he sentido una fascinación con Antioquia. Con altas montañas, profundos valles y anchos ríos que por siglos fungieron como fronteras oficiosas del departamento, éste se erigió en un aislado genético y cultural; unido al país por el tardío cordón umbilical del Ferrocarril de Antioquia, que sirvió para exportar las riquezas mineras del departamento e importar bienes suntuarios de consumo desde Europa.
Antioquia, con todos sus bemoles, fue la luz y la sombra del último siglo en Colombia. Departamento industrial y financiero; pero al mismo tiempo, nido del horror. Departamento pujante, al tiempo que hundido en el dolor. Por esta profunda fascinación que Antioquia ejerce sobre mí, es que dediqué las lecturas inconexas de este mes:
- Cierra los ojos princesa, relata la historia del régimen del Terror de Pablo Escobar desde la mirada de una de las personas menos conocidas de esa era: su hija Manuela; que describe con detalles la vida en lo que el autor muy acertadamente llamó “un castillo de un cuento de hadas, rodeado de todos los monstruos”
- Familia, la historia amoral de Antioquia, hace una dura aproximación a la génesis de las familias políticas antioqueñas del último siglo, y a la casi imperceptible evolución de la famosa ética de trabajo duro del antioqueño, hacia otra más relativa en la que cuenta es el resultado y no el medio.
- Lo que nunca se sabrá habla de la sociedad de Medellín del siglo pasado; pacata, convencional y llena de juicios y prejuicios tontos (como tienen todas esas sociedades) que condenan al ostracismo a seres humanos, por ser considerados de otra condición, como ellos mismos dicen; y en la que se contrasta la riqueza minera con la sencillez de una clase media que ascendía y que sería la futura clase media-alta de la ciudad.
Antioquia, la del tango. Antioquia, la del café. Antioquia, donde tantas cosas pasan…y no parece que se ve.