Son las 11.30 de la noche. El bus va a toda velocidad por las carreteras nacionales rumbo al Tolima Grande. En mi cabeza, se repite el pensamiento de que sólo hace unos años, no habría sido posible hacer precisamente lo que estaba haciendo: cruzar el país por carretera, yendo rumbo a la región del centro-sur de Colombia; misma que durante muchos años fue particularmente atacada por el fuego cruzado que se vivió durante los últimos cincuenta años en el país.
Mentalmente, di gracias a Dios por la oportunidad concedida: no cualquier día se puede ir a uno de los destinos más fascinantes de Colombia, el Desierto de la Tatacoa; localizado a una distancia de trece horas por carretera de Medellín, en el departamento del Huila.
(la ruta seguida está en azul, en el mapa)
Había decidido hacía algunas semanas que esta Semana Santa necesitaba un descanso. Idealmente por fuera de la cuidad. Si bien es cierto que Medellín se vacia en Semana Santa, también recibe su propia carga de turistas, lo que puede ir en contra de la tranquilidad que necesitaba.
Infortunadamente, además, el momento no podía ser el menos adecuado: había tenido algunos desembolsos grandes en lo corrido del año; y sólo podía permitirme un paseo corto y no muy oneroso. Sin embargo, precisamente porque había desarrollado varios proyectos importantes a lo largo del año y cumplido algunas metas, decidí que me merecía un periodo de descanso en estos días de Semana Santa.
Apareció la oportunidad de hacer un viaje en grupo al Desierto de la Tatacoa. Era favorable, en tiempo y recursos. ¿Por qué no? Me dije, y me inscribí. Dos amigas se interesaron, y entonces ya fuimos tres las guerreras que viajábamos esa noche hacia el corazón del país.