Por encontrarme todo el mes de mayo entre bibliotecas, comenzaré junio por hacer mención a mis lecturas de abril.
¿Recuerdan la caja de libros? Pues bien, comencé leer las herencias recibidas en este mes. El primer libro fue La Reina Descalza de Ildefonso Falcones, que recibí en una bella edición de pasta dura, que reseño en la imagen de la columna.
Aunque el libro no me llamó particularmente la atención mientras estuvo en las Novedades, o mientras fue reseñado entre los más vendidos en Medellín, su lectura sí me atrapó y, más temprano que tarde, estaba remoloneando por la Sevilla del siglo XVIII con Melchor el Galeote, su nieta Milagros y Cachita, la liberta cubana.
En una lectura envolvente, muy conmovedora y plena de descripciones de la vida de los gitanos. Con respecto a ésta, han existido malentendidos desde hace siglos que el autor hace un esfuerzo por aclarar a través de las descripciones y de los diálogos de los personajes que ilustran el sentir y el hacer de un pueblo que fue tildado de vago por los europeos mientras se les prohibía ejercer oficios o entrar a gremios; porque la coherencia siempre ha estado por encima de todo a lo largo de la historia de los gobiernos europeos.
Observaciones políticas de lado, la trama gira en torno a las actividades de los gitanos y a la emancipación de Caridad (Cachita), la esclava cubana, cuyos sufrimientos pueden verse un poco repetitivos para las personas de esta época; pero que desgraciadamente han sido (y todavía son) moneda corriente para los seres humanos en general y las mujeres en particular, en muchas partes del mundo.
La semblanza que hacen de la ciudad de Madrid es, además, muy llamativa; pues la imagen mental que tenemos la mayoría de las personas está influida por el programa de adecuaciones y de obras públicas que hicieron los Borbones no bien se afianzaron en el trono español para poner esta ciudad (oscura como una ciudad flamenca en el tiempo de los Austrias) a tono con París, que había acabado de pasar por su propio programa ambicioso de obras públicas, que dio lugar –entre otros- a las famosas avenidas de la capital francesa.
Esta Madrid de calles estrechas, todavía más villa que ciudad, es el escenario en el que tienen lugar las pasiones de los gitanos y, ante todo, se revela su profundo anhelo de conseguir su libertad y el respeto para su cultura y su propia y original manera de ver el mundo.