¿Qué siento cuando leo?

Mi hermanito, mi querido amigo Camilo y yo somos fans de Awkward Yeti, cuyos trabajos recomiendo ampliamente conocer. El que más me gusta, en particular, trata la relación del cerebro con otros órganos dentro del Yeti. En un nivel muy raro, he descubierto que me han ocurrido situaciones como las que se encuentran en las caricaturas en mi relación con otras personas, lo que me lleva a concluir que, de alguna manera, todos somos órganos; y, como tales, al integrarnos en el organismo de la sociedad cumplimos alguna función determinada en relación con nuestro carácter o nuestras habilidades.

Hasta ahí, nada raro (en mí). Sin embargo, más allá de mis elucubraciones filosóficas, encontré hace unos días –que bien pueden ser meses- una ilustración relacionada con la lectura en las redes del Yeti, que les comparto a continuación (tomado de su perfil de Instagram):

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Esta ilustración me lleva a pensar qué siento cuando leo; que es una pregunta que me han hecho más veces de las que me es posible recordar, y que nunca he querido resolver. Considero que es una pregunta compleja, cuya respuesta tiene varios niveles de profundidad.

En primera instancia, siento algo muy parecido –si no igual- a lo que describe la ilustración; al menos en el departamento de las novelas. Siento como si tuviera acceso privilegiado (palco, o algo así) a una película u obra de teatro, con sonido envolvente y HD, que puedo volver a ver cuantas veces quiera.

En este nivel, me distiendo. Una concentración placentera me envuelve, y mi tensión baja ostensiblemente. Pierdo la noción del tiempo y, a veces, del espacio y, cuando retomo conciencia, puede ser ya el final de una tarde de fin de semana muy bien disfrutada vaya uno a saber dónde; porque podía estar en mi casa, pero en espíritu estaba muy lejos de allá.

Con los libros que son más de análisis (libros de negocios, de historia o de geografía) siento algo diferente. Aquí también me concentro y me distiendo; pero también siento como si estuviera en una clase personalizada, que puedo tomar a mi ritmo e ir desarrollando paulatinamente; o ir ascendiendo por niveles al conocimiento que proporciona. Así, una primera lectura sería un desarrollo introductorio y una segunda, por ejemplo, me permitiría conectar los contenidos más profundos o especializados.

Siento con este tipo de libros una profunda satisfacción cuando alcanzo uno de los “logros”. Es decir, cuando la lectura me permite llevar a cabo análisis a un nivel más profundo y conectar la información que me ha ido entregando el autor a lo largo de las páginas para así conectar acontecimientos y proyectar conclusiones. Pueden ser relaciones causa-efecto; o relaciones de tipo caótico, en las que hay muchas variables (y que son mis favoritas de descubrir); o simplemente conclusiones o analogías que revierten a la actualidad, y que también aportan lecciones valiosas para aprender.

Es por esto que hablo de “niveles”. Uno va adecuando la profundidad de su lectura al material; o también al paso del tiempo. Un ejemplo de ello es Momo, de Michael Ende. Leí Momo por primera vez cuando tenía 9 años, y –como ya he mencionado- amé su historia en ese momento. La leí de nuevo este año, y amé la profundidad de sus reflexiones. Es decir, que los libros pueden ser uno cuando estamos en algún momento de nuestras vidas; y otros cuando estamos en determinados momentos posteriores. Lecturas como Momo, que permiten conocer la evolución del pensamiento propio en el tiempo, me recuerdan la historia apócrifa de la túnica del Niño Dios, que creció con él y nunca se le quedó pequeña.

Me sucede también, cuando leo libros de análisis, que se me “fragmenta” el disco duro. Es decir, una parte de mi mente está concentrada en la lectura (si es amena, si tiene nuevos protagonistas, si hay cambios repentinos en la trama o en los acontecimientos, etc.) y otra parte está examinando lo que lee. Analizo y contrasto la información del libro con la que ya tengo; y concluyo. Es, durante este tipo de procesos, cuando más se me facilita la unión de puntos de la que hablé en el párrafo anterior y cuando mejores resultados obtengo. Uno de mis profesores en la Universidad lo llamaba Caoplejia; yo lo llamo Pensamiento Complejo; y a él sólo se llega así:

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This entry was published on October 25, 2017 at 8:16 am and is filed under Lectura, Reflexiones Lectoras. Bookmark the permalink. Follow any comments here with the RSS feed for this post.

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