Ha habido un revuelo mediático muy fuerte en estos días gracias a Harvey Weinstein. Viejo zorro de Hollywood, el hombre era considerado uno de los mejores productores del mundo…y, sotto voce, uno de los acosadores y abusadores de mujeres más voraces en la industria del entretenimiento. Los rumores dejaron de serlo cuando prominentes figuras dentro de esa industria señalaron con nombres, lugares y fechas, todas las tentativas del productor –quien ya fue expulsado de su gremio y de la Academia de Artes y Ciencias Cinematográficas- de acosarlas sexualmente.
Desgraciadamente, esta conducta predatoria ha sido el pan de cada día a lo largo de la Historia; con el agravante de que, antes de que el ADN y los protocolos médicos existieran, no era posible comprobar el abuso; y en el tribunal el caso quedaba como una querella entre la palabra del hombre contra la de la mujer. Para rematar, siempre eran la honra y la decencia de ella las que quedaban gravemente en entredicho. ¿Y qué hacían las mujeres ante esto? Pues, destrozadas (física y moralmente), debían continuar con su vida fuera casándose con su abusador (si podían (?)), entrando en un convento o haciendo lo que fuera para no terminar siendo prostitutas…¡y aun así han tenido la cara dura de etiquetarnos “sexo débil”…!
Casualmente, las historias de los abusos de Weinstein acompañaron mi lectura de la semana. La Pasión de Artemisia, uno de los libros que venían en LaCaja, me llevó directamente de Florencia renacentista a la Roma barroca, poco más de cien años en el futuro…y de nuevo a Florencia; donde una de las mayores pintoras en la historia (y una de las primeras en ser reconocidas como artista en la sociedad, y ver celebrado su trabajo como arte) comenzó su carrera profesional, precisamente, con un abuso de esta categoría.
No sólo debió exponer su integridad en uno de los interrogatorios públicos de la época; sino que vio cómo la legitimidad de su testimonio palidecía por las afirmaciones de estupro por parte de su violador (quien ya estaba casado). Además, su padre (quien permitió que un tribunal le pusiera en riesgo sus manos durante el proceso por violación, en una de las escenas más vívidas que tengo) se empeñaba en no permitirle brillar pues, por su papel de mujer, su destino biológico era casarse y traer hijos al mundo. Su papel no era ser un genio de la pintura ni, mucho menos, formar parte de la Academia de Artes de Florencia. Eso era para los hombres.
Esta mujer valiente, apasionada por el arte y por su destino ve narrados sus días y sus trabajos de forma hermosa por Vreeland. Simulando un claroscuro muy propio de esa época, la narrativa ágil (no sentí el correr del tiempo) hace que el lector se sienta involucrado con la trama; y la autora va introduciendo los personajes sabiamente y en dosis justas: cuando la protagonista más los necesita; o cuando son pivotes en el desarrollo de la historia. Siempre con sobriedad y nunca simplemente por que hubiera un vacío en el diálogo o la trama.
De lejos, un colectivo que se ganó mi afecto fueron las monjas amigas de Artemisia. Hablando desde sus huertos, sus árboles y sus escritorios, le van infundiendo valor y fuerzas para enfrentarse e imponerse a hombres de toda condición. Ellas la sostienen y tratan de calmar su ira y su impotencia en su hermandad femenina; mientras amablemente le impiden huir del mundo refugiándose en su claustro, y la apoyan para brillar en ese mundo de hombres.
ME TOO, fuckers. Se les acabó el jueguito y, para la muestra, esta imagen de Judith y Holofernes; casualmente una de mis favoritas desde antes de conocer que era parte fundamental del trabajo de esta pintora:
Todas estas noticias que últimamente nos llegan del mundo del espectáculo son muy deprimentes, no sólo hablo de este último caso sino que me parece recordar que la cantante Kesha sufrió lo mismo y fue acosada o violada por un productor musical.
Estas noticias son tristes porque hablan de como el sistema judicial ha fallado a las víctimas y como los hombres en posiciones de poder piensan que pueden tener todo lo que quieran sabiendo que “gozan” de impunidad.
Tienes toda la razón! Este sistema revictimiza, y dice mucho de la Humanidad que en más de dos mil años no hayamos podido repensar uno más compasivo…