A veces, en esta vida en que creemos que lo épico es lo que verdaderamente importa, llegan al corazón historias muy delicadas, puestas en clave femenina, que suavizan ese ardor de la gesta con el que enfrentamos la vida y, cosa curiosa, el arte.
Miel y almendras es una de esas historias. Está ambientada en el Líbano; país que tiene una gran importancia para Colombia pues, junto con Siria, fue la fuente de una importante migración hacia la región de la Costa Caribe en los primeros años del Siglo XX. La llegada de los árabes al país significó no sólo nuevos apellidos, sino nuevas costumbres comerciales; nuevos gustos; nueva gastronomía; una nueva forma de ver el mundo que, al día de hoy, es parte fundamental de la identidad colombiana. Mi curiosidad, pues, aumentó; ya que no sólo soy colombiana, sino que mi familia procede de la Región Caribe.
Un segundo tema para considerar es el de la Guerra del Líbano. A pesar de la cercanía entre los dos países, este conflicto pasó casi desapercibido en Colombia, que ya padecía su propio calvario de cuenta de los carteles de la droga para esa época. No obstante, para quienes no sepan, nuestra Fuerza Aérea sí mandó un avión Hércules a rescatar a los libaneses residentes en Colombia y a los colombianos de origen libanés que estaban allá en el momento del conflicto; lo cual sabemos por experiencia de primera mano…
Después de estas consideraciones, a lo que vinimos: Miel y Almendras. No es una historia de amor, con todo lo que (de nuevo) tiene este sentimiento de épico; sino una historia de amistad femenina, que comienza en esos años difíciles en que el Líbano apenas se levantaba de la postración de la guerra civil. Creo que este dato es importante, pues las mujeres tienen (tenemos) esa capacidad innata de hacer tejido social allá donde vamos; máxime después de un conflicto. La prueba es que hablamos más libremente, compartimos información con más facilidad y expresamos nuestros sentimientos mejor que los hombres; a los que apoyamos cuando, heridos, vuelven de la guerra y es necesario reconstruir una sociedad.
La historia se adentra de la mano de cada una de las protagonistas. Estas son tres mujeres de clase alta y Mouna, la peluquera que las atiende en su salón de belleza. Entre el shampoo, el té y las uñas, nos vamos enterando casi a cuenta gotas, como si oyéramos a escondidas una conversación de esas de peluquería, de cómo es la vida en el Líbano. Cómo son las relaciones entre los cristianos y los musulmanes, en el único país en el que están casi a la par ambas religiones; y en el que el gobierno debe hacer malabares para evitar una tensión religiosa. Cómo es la vida de las mujeres en el país; cuál es su rol en la sociedad; cómo son sus relaciones familiares, etc.
Aunque a veces tanta delicadeza pueda dejar muy en suspenso la historia y hacer lento el desarrollo de la trama (pues es más una novela acerca de cómo se relacionan las personas, y eso la hace a veces lenta para el lector), creo que el libro retrata de forma muy bella la sociedad del Líbano. Es como si la autora (Maha Akhtar) estuviera viendo a sus personajes desde detrás de una cortina; o a través del tiempo.
Es una lectura que me dio la sensación de nostalgia: como si la trama proviniera de alguna experiencia personal de la autora, y la estuviera queriendo compartir con los lectores, cambiando algunas señas particulares pero sin alterar su esencia ni, por eso, su melancolía.
Parece un libro hermoso☺️