Las tardes en Medellín suelen ser asfixiantes cuando hace calor. El cielo es de un furioso color azul cobalto donde las nubes brillan por su ausencia, un sol de misericordia funde el pavimento y el aire se estanca debido a la alta humedad causada por la topografía de la ciudad: un valle largo y estrecho, donde la circulación del aire es poca. A esto, podemos sumar que el edificio donde trabajo prefirió por diseño los ventanales frente a las ventanas. Así, la única forma de ventilación, si así se le puede llamar, es el aire acondicionado. Todos lo hemos sufrido; pero también todos lo hemos deseado.
Todos sabemos qué significa que un aire acondicionado sea central: básicamente, y así haya 38°C a la sombra afuera (que los ha llegado a haber, hace algunos años), hay que trabajar con suéter del frío tan bárbaro que hace adentro. En un intento por homologar las preferencias de los habitantes del edificio, la temperatura suele rondar los 21°C todo el día, todos los días. ¿Pero qué pasa en las oficinas cuando el aire acondicionado está repartido por zonas y las personas deben compartir o ponerse de acuerdo?
La guerra. Eso es lo que pasa. La forma de conflicto más pasivo-agresiva entre empleados que sea posible imaginar. Los bandos se dividen entre aquellos que prefieren sentir el aire tibio, y los que se decantan por los glaciares y los témpanos; y las apuestas por un bando u otro empiezan a subir junto con el termómetro. Es cierto que sirve –y mucho- tener un jefe en el equipo, pero ¿y si hay otro en el otro? Las cosas vuelven a quedar en tablas.
En la oficina acordamos de forma tácita un rango que oscila entre los 22°C y 23.5°C; pero esta cifra puede variar en virtud de la temperatura que se mida afuera, o de si alguien acaba de llegar de la calle y está acalorado. No obstante, estos acuerdos cambian según la cultura corporativa y la consideración de las personas que habitan la oficina. Se me vienen a la cabeza en este momento las caras de los empleados de mi tío una vez que llegó después de todos a una reunión y, sin mediar palabra, bajó el aire hasta los 18°C mientras afuera hacían radiantes 27°C. Las caras de todos y cada uno eran un poema…y miraban con ojos impotentes a mi tío mientras manejaba el control remoto del aire y luego tomaba asiento a la cabecera de la mesa para dirigir la reunión.
Personalmente, estoy de acuerdo con él: no hay nada peor que trabajar con calor. Siento que se me pega la ropa al cuerpo e, inmediatamente después, comienzo a sudar. Más allá de mi disgusto por el calor (al que considero tercermundista), creo que mantener una temperatura corporal elevada mientras se trabaja es contraproducente, ya que reduce la concentración y puede causar algo de somnolencia, lo cual afecta el desempeño (mío y de las demás personas) en la tarde. Sin embargo, no hay que exagerar: no hay nada más dañino para el cuerpo humano que los cambios rápidos de temperatura.
Personalmente prefiero el calorcito, que estos páramos que estamos viviendo:(, claro que para trabajar, es fatal el calor, como tu dices:)