Huelga, Quilombo, Tropel…en América Latina tenemos varias palabras para definir una manifestación, que varían de región a región pero que alude al mismo concepto: pancartas, puños en alto, consignas, pitos o sartenazos. Todo es bienvenido si el espíritu es protestar. ¿Pero qué ocurre cuando en lugar de protestar, estamos trabajando y debemos seguir siendo productivos en medio del barullo? Ahí sí empieza a ponerse verdaderamente a prueba la capacidad de trabajo y de concentración de cada uno de nosotros. Veamos un ejemplo:
Hace un par de años, el Presidente Santos estuvo en la Asamblea General de la ANDI (el Gremio de Industriales) que tuvo lugar en el sitio donde trabajo. Como su popularidad en mi ciudad (que no es la capital del país) no ha sido tradicionalmente baja sino diminuta, no suele ser muy bien recibido. Así pues, el día de la Asamblea, una persona se paró en la esquina de mi sitio de trabajo con una pancarta que decía “Si usted no está de acuerdo con Juan Manuel Santos, pite”. Nada más, pero tampoco nada menos.
Las siguientes seis horas se pueden describir como una cacofonía. Todo, absolutamente todo el que pasaba, pitaba. Y si no tenía carro, hacía bulla con lo que tuviera a la mano. ¿Quién trabaja en esas condiciones? Ni siquiera poniéndonos los audífonos y escuchando música (vaya paradoja) pudimos escapar del ruido ese día, que fue perdido para todos.
Anecdóticamente, es un recuento gracioso: el peludo con el cartel, la gente pitando, nosotros mirando desde la ventana de la oficina…pero si lo vemos seriamente, es un día en que no trabajamos. ¿Qué habría pasado con algo urgente? ¿Cómo hacer para manejar ese tipo de situaciones? ¿Qué habría pasado si las cosas se hubieran degradado (en términos de seguridad) para los que estábamos adentro? Debo confesar que fue un poco tensa la situación cuando vimos que los accesos al complejo eran ocupados por miembros del ESMAD (Escuadrón anti motines y disturbios en Colombia) aunque en este caso, por su propio origen relativamente inofensivo, la cosa no pasó a mayores.
Hasta hace unos años, las huelgas eran algo relativamente desconocido para mí. Después de las marchas de FECODE y las centrales obreras en los noventa, que el país estaba sumido en la crisis del UPAC y el Gobierno recortó gastos a lo loco, no había vuelto a ver alguna marcha grande o a experimentar alguna de primera mano. Así hasta 2011, cuando comenzaron a protestar de nuevo y los ciudadanos volvimos a ver protestas sociales. No es la cosa más cómoda; pero todos tenemos el derecho a protestar.