He tenido muchos sueños de viaje a lo largo de mi vida; y uno de ellos era ir a Disney con mis amigos, ya adulta. Siempre he creído que esos parques se disfrutan más cuando uno es adulto, pues tenemos más conocimientos y criterio para apreciar los mil y un detalles que hay en esos lugares; así como más paciencia para hacer las filas y compartir el espacio con las personas a nuestro alrededor.
Este año, pude hacer este sueño realidad…aunque un poco a los trompicones. Tenía planeado un viaje a Miami para tratar el tema de la Reforma Tributaria en los Estados Unidos; además de comenzar oficialmente varias relaciones de negocios que queríamos emprender desde hace un tiempo en la oficina. La idea del viajem entonces, era reunirme con estas personas y compañías; y pasar también por la oficina de Miami para reunirme con mis colegas y compañeras. Idealmente, tendría día y medio de trabajo ultra productivos (casi que sin descargar la maleta) y buscaría volver a Medellín el 27 de febrero por la tarde. Ese día mi muy querido amigo Camilo estaría cumpliendo 30 años; y yo llegaría raspando a su cumpleaños; sin contar con que me habría saltado el de mi amiga Lina, el doming anterior. No podría compartir mucho con mis amigos…
Pues bien, unos días antes del viaje, mi celular timbró. Era Jose, esposo de Camilo. En sus propias palabras, “llamaba a dañarme el corazón”: me contó que el regalo para los treinta años de mi amigo consistía en un viaje a Orlando, que comenzaría justo el día en que me devolvía a Colombia; y en el que ya estaban embarcadas nuestras amigas Lala y Lili. ¿No los acompañaría?
Jose no me había contado nada porque sabía que la época del viaje coincidía con uno de mis picos de actividad: la temporada de Asambleas de Accionistas. En estas dos semanas antes de Semana Santa, todas las empresas del país presentan sus resultados anuales a los socios; y yo debo representar a mi oficina. Son dos semanas de mucho trabajo, pues acudo a más o menos siete de estas reuniones; llegando a salir de algunas, a veces, alrededor de las 9.00 p.m. Por eso, generalmente tomo mis vacaciones en abril, cuando se calman las aguas.
Sin embargo, pensé, ya había recibido las Convocatorias; y éstas no tendrían lugar hasta la semana siguiente al final del paseo. Podría disfrutar los parques y el tiempo con los chicos y llegar raspando a las Asambleas de Accionistas.
Mis jefes, en un maravilloso gesto, aceptaron haciendo las debidas recomendaciones relacionadas con las tareas y las Asambleas; y heme aquí, en un avión, a punto de despegar y sin suéter. Con las prisas, éste quedó colgando en su gancho y no lo cogí al salir.