¡Quién diría que, precisamente un 09 de abril, yo estaría hablando de Historia de Dos Ciudades! El día en que conmemoramos el asesinato de Jorge Eliécer Gaitán, al que siguieron los disturbios más tremendos que ha habido en la historia de Colombia y que cambiaron la cara de Bogotá, es justo cuando está programada mi entrada acerca de este reto lector de marzo.
Honrando esta afortunada coincidencia, acompañamos a Charles Dickens en un viaje por el tiempo hacia el turbulento siglo XVIII. Fue cuna de la Ilustración, las Revoluciones y los descubrimientos científicos que sacudieron de forma violenta los cimientos de las sociedades; hasta el punto en que es posible afirmar que las sociedades que brindaron el año nuevo en 1799 eran radicalmente opuestas a las que lo hicieron en 1699. La Humanidad nunca volvería a ser la misma…
Aunque el libro empieza, tal vez, muy lento para mi gusto, pronto la historia toma forma. Con un trasfondo romántico, el optimista Dickens nos hace un paneo de ambas ciudades en el momento de estallar la Revolución Francesa. Londres, con sus banqueros, espías y abogados; y París, con sus aristócratas y sus jacobinos.
Lo que parecería una inevitable colisión entre lugares, personas y acontecimientos, se convierte (gracias a la maestría de Dickens al manejar el reto que suponen personajes y una trama partida entre dos países) en un ordenado viaje entre ambas ciudades, siguiendo la ruta del correo real. Cordón umbilical de toda la trama, es aquí donde Dickens desvela el primer acto del libro; en donde se dan a conocer varios de los personajes; y donde finalmente descansamos los lectores tras el emocionante y agotador desenlace final de la obra.
La pluma de Dickens es capaz de construir relatos que perduran en el tiempo. Aunque él sitúa la acción principal en apenas unos cuantos años; no hace que los personajes sean “tabulas rasas” al comenzar la obra; sino que permite que el lector se dé cuenta de que hay un desarrollo previo, y unos acontecimientos situados mucho, mucho antes en el tiempo; cuyas consecuencias dan forma a la actualidad y, muy posiblemente, al mundo del mañana. Los lectores, por supuesto, nos enteramos a su debido momento. Sagaz, el autor dosifica la intriga en su justa medida; y va llevando al lector como halando una cuerda, que lo lleva hasta el centro mismo de la trama.
Los personajes, asimismo, son memorables. Como una nube de insectos, personajes de los bajos y de los respetables mundos de Londres y París (desenterradores, sans-culottes, abogados, banqueros y espías), confluyen alrededor de la pareja protagonista. No sólo los aúpan al centro de la acción; sino que ejercen, casi, el efecto de un escudo humano cuando llega el momento de la redención final, como sucede con algunos de ellos.
De estos personajes, el que más me estremeció fue el de Madame Defarge, esposa del tabernero. Aparentemente inocua, siempre en su rincón tejiendo punto; se erige sorpresivamente en el momento cumbre como el monumento mismo al odio. Todo, todo lo que ha bordado con sus agujas, son los nombres y los crímenes de los que acusa, por igual, a aristócratas y ciudadanos parisinos durante el Terror. Impasible, la enardecida jacobina leerá su trabajo de punto en el tribunal revolucionario; y pondrá en jaque el destino de más de uno, gracias a su habilidad con el tejido.
“¿Qué tejéis, ciudadana?” preguntó el espía
“Sudarios” repuso Madame Defarge
(tomado muy libremente de un pasaje del libro)
El mayor fuerte de la historia son estos personajes, que se mueven entre ambos mundos (el bajo y el respetable). Me pareció muy inteligente; ya que fueron precisamente los ciudadanos (la turba) los mayores protagonistas de la Revolución Francesa. Son ellos los que imprimen movimiento a la trama. Ellos dan matices y sabor al libro; y lo enriquecen con detalles y con historias (algunas de ellas hilarantes) que, conectadas unas con otras, finalmente terminan por enriquecer el fresco monumental de dos países y dos ciudades en un tiempo que, como el mismo Dickens dijo, “era el mejor de los tiempos y era el peor de los tiempos”.