El Día del Trabajo, y los puentes por presión social

¡Feliz Día del Trabajo! Este martes, celebramos en Colombia como solemos hacerlo los colombianos: con un festivo. Y no es precisamente uno de aquellos que la Ley Emiliani corre para el lunes siguiente; sino uno de los que, junto con el 20 de julio, 07 de agosto, 25 de diciembre y 01 de enero, no se mueve en el calendario colombiano, y se celebra el día que caiga, sea cual sea.

De la mano de este fenómeno, surge la pregunta en el país: ¿darlo o no darlo? El puente, se entiende. Gerentes, empresarios, rectores, padres, empleados y estudiantes cavilan y elucubran si su institución les dará o no el tan anhelado puente. Los colegios y universidades hacen el cálculo de que es un día que va a tener muy baja asistencia por parte de los estudiantes; pues varios aprovecharán para irse de la ciudad con sus padres. Los empresarios suelen pensar que es un día de descanso remunerado adicional que le pagan a sus empleados (es decir, un día en el que se deja de ir a reuniones, de hacer negocios y de producir), a cambio de lo que sería una productividad casi inexistente y una baja importante en la moral colectiva pues todos (o al menos casi todos) estarían enfocados en el siguiente día, el tan anhelado festivo.

Empieza así a hacer mella una especie de “presión social” entre la sociedad. ¿Sí o no? ¿No o sí? Y pasan los días; y empiezan las personas a comparar:

             “Mi jefe nos dio el puente en la empresa”

            “El mío nos dijo que podíamos tomarlo, pero como una licencia no remunerada”

            “El de más allá dijo que lo tomáramos si teníamos días de vacaciones pendientes”

           “El mío de plano dijo que no; que necesitaba al equipo completo en la oficina.                      Mucho hij….”

           “Otro más allá lo hizo pasar como vacaciones colectivas”…y etcétera!

Así, entre loas a los jefes más relajados y madrazos para los más estrictos, pasan los días hasta que el puente llega, se va…y todo vuelve a la normalidad.

Para mí, este tipo de puentes suelen ser un excelente medidor de la salud de la economía nacional, la confianza del consumidor, la facilidad de acceso a liquidez y la propensión al gasto. Puedo juzgar qué tan optimista está la gente en función de si la ciudad se queda vacía (como he llegado a ver) o si, por el contrario, la mayoría de quienes vivimos y trabajamos en ella terminamos viéndonos las caras y comiendo helado. ¿Qué pasará esta vez?

This entry was published on May 4, 2018 at 9:00 am and is filed under Vida oficinera. Bookmark the permalink. Follow any comments here with the RSS feed for this post.

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