Usualmente, soy como Germán Vargas Lleras en esta entrevista radial:
Sin embargo, hay libros que tocan mi sensibilidad de una forma que muy pocas veces ocurre. Este libro fue uno de ellos y, para desgracia de mis compañeros de fila en el avión, tuve a bien leer la parte más sustanciosa del mismo en el trayecto de regreso de un vuelo más bien largo.
Así que, para empezar, tratemos el nombre. La palabra “elegía” es un canto fúnebre. Un canto triste a algo que murió en circunstancias poco afortunadas. Desde antes de empezar, J.D. Vance hace una alusión directa al tema del libro: el final de la cultura campesina (o “hillbilly”, siendo esta la forma despectiva en que los citadinos se refieren a los habitantes del campo) en los Estados Unidos; aquella en que nació y creció.
Habla de una “elegía rural” porque cree que la cultura del campo está muerta. Y que además lo hizo en las peores circunstancias: en medio de la más brutal crisis bicéfala que han podido ver los Estados Unidos.
Bicéfala, en tanto que tiene elementos de daño económico y de daño del tejido social. Por un lado, hay una fuerte adicción a los opioides, que va desde medicamentos con receta hasta consumo de sustancias como heroína. Por el otro, los Estados “Hillbilly” (Kentucky, Ohio, Michigan, etc) son parte del llamado “Cinturón del Óxido”, un lugar que, en su momento, tuvo un fuerte auge industrial pero que, con la salida de las plantas de producción hacia países más competitivos; dejando a los habitantes de estos pequeños pueblos sin una fuente de sustento distinta a la que se fue.
Pueblos que se van quedando sin gente, adictos a la heroína, educación de baja calidad, pobreza, pesimismo, estancamiento… tal es el país profundo que votó por Trump de manera abrumadora en las pasadas elecciones; lo que hizo a este libro relevante, y uno de los más comentados (y vendidos) en 2016. Todos querían comprender qué pasó y por qué pasó.
Fue ese relato explicativo, unido en el entramado de la vida del autor, lo que hizo que no me diera pena llorar en ese avión. Lloré porque, con su narrativa (muy íntima), J.D. Vance me dio un acceso privilegiado a su entorno. Pude palpar de manera fehaciente de esa fragilidad y ese temor con el que viven millones de personas día tras día: ven que sus vecindarios ya no son seguros para sus hijos; enfrentan –por su propia ignorancia- graves problemas de salud; tienen educación de menos calidad; menores perspectivas de futuro; y ven que no sólo tienen que hacer maromas para llegar a fin de mes, sino que lo más probable es que sus hijos vivan en iguales o –gracias a la crisis de adicción que ya mencioné- peores circunstancias.
Una oda a la desesperanza que carcome las entrañas.
Qué triste realidad, la vivimos también en nuestros campos, no gracias a la crisis ni a la mano de obra China,si no como consecuencia de nuestros problemas de violencia guerrillera y paramilitar:(
Es muy triste leer ese libro; y aunque el autor dice que muchos de los problemas se deben a que ellos mismos no quieren salir de la zona de confort, sí hace falta acompañamiento del Estado.