Octubre 12
Washington/Filadelfia
Hoy alquilamos un carro (un Kia compacto al que, como buenos turistas, le pagamos todos los deducibles y seguros) en el mismo aeropuerto al que llegamos a la ciudad. Nuestro destino: Filadelfia; el cual alcanzamos en el tiempo estipulado gracias a GMaps. Recomiendo conseguir una SIM card de los Estados Unidos para usar navegación. T-Mobile tiene planes para turistas muy económicos, que comienzan en los US$30; y algunos proveedores locales en Colombia (y con seguridad alrededor del mundo) también los ofrecen. Yo usé este para este viaje, y me fue muy bien.
Pasamos por los estados de Virginia, Maryland y Delaware; para llegar a Pennsylvania. A lo largo del recorrido, pudimos ver las hojas de los árboles comenzando a cambiar sus colores por los del otoño. En Colombia, que es un país tropical, no hay estaciones; por lo que, si queremos conocerlas, debemos viajar a países templados (Europa, Japón, Norteamérica o Chile y Argentina).
Si bien fueron escasamente dos horas y algo más de recorrido (el tráfico estaba calmado), sí nos sorprendieron un poco las condiciones climáticas en general, y de viento en particular, en que lo hicimos. Más o menos a la mitad del recorrido, comenzaron a aparecer unos letreros hablando de las condiciones de viento; y de que el puente que debíamos cruzar podía estar cerrado dependiendo de la fuerza de los vientos. “Gringos delicados” pensé, mientras pasábamos por ahí. Al rato, otra vez el letreo; esta vez, haciendo mención a la velocidad del viento en ese momento. “Gringos empeliculados” me dije, ya cansada.
¡Cuál no sería mi sorpresa al llegar al puente, y comenzar a sentir unos golpes sobre el capó del carro! Eran golpes suaves; pero incluso Pipe, que estaba dormido, los sintió. Señores, era el viento golpeando el carro mientras cruzábamos el puente. Lo dicho: como Estados Unidos es un país abierto y, en su mayoría plano, el viento puede cruzar desde distancias muy lejanas; así, consigue una considerable fuerza y velocidad, impactando sobre el transporte; como fue el caso de nuestro puente.
Finalmente, llegamos a Filadelfia. Para sorpresa de todos (especialmente del papá), nuestro hotel quedaba en pleno Chinatown. Tras la sorpresa adicional de tener que pagar el parqueadero, hicimos check-in y entramos a la habitación; que estaba más que bien: limpia, con buenas amenidades, buenas camas, muy buen baño y excelente desayuno.
La mayor ventaja del hotel, era su localización. Si bien yo había desconocido que quedaba en Chinatown (lo que, para mi papá equivalía a quedarse en un hotel en la Avenida Oriental con San Juan en Medellín), había encontrado que éste quedaba a seis cuadras del Mall de la Constitución; justo el sitio que queríamos conocer en la ciudad.
Así pues, caminamos las seis cuadras y llegamos al Museo de la Constitución; la primera parada en la ciudad. Conocimos allá la importancia del documento fundacional de los Estados Unidos; y, sobre todo, porqué (a pesar de haber sido enmendada) no la han sustituido, como sí ha ocurrido muchas veces en mi país.
Caminamos por el Mall de la Constitución rumbo a la Campana de la Libertad. Pasamos por los cimientos de la Casa de los Presidentes (donde, efectivamente, se alojaron los primeros presidentes del país durante los Congresos Continental y Constitucional), y llegamos a la Campana. Hubo que hacer fila y pasar por un detector de metales; pero las filas fluyen muy bien y, tras esperar unos quince minutos (aprovechados leyendo las historias de la Campana) llegamos donde ésta.
Salimos de allá, y llegamos a Liberty Hall. Infortunadamente, esta fue una de esas entradas que no pude conseguir (por más que me esforcé); así que nos quedamos sin entrar al lugar donde fue declarada la independencia de los Estados Unidos. Sí lo hicimos, no obstante, al edificio donde funcionaba el Congreso (que fue donde George Washington entregó el poder y el ejército al Congreso tras terminar la Guerra de Independencia y, como nos subrayaron, el momento más importante de la Historia del país) y la Corte Suprema; además de la Sociedad Filosófica, a la que perteneció Benjamin Franklin.
Caminamos por el barrio, que es también como una zona rosa de la ciudad; con restaurantes y bares a pie de calle. Llegamos hasta la estatua a la llegada de Penn y, al no ver nada más de interés, nos devolvimos. El sitio (un malecón con una vista envidiable sobre el río Delaware) parecía físicamente abandonado; lo que nos sorprendió. Y fue justo en este lugar inapropiado, que quise hacer una visita al baño; a lo que Pipe me respondió con un dicho muy gracioso que significaba algo así como que eso anunciaba un mal baño, y que me preparara psicológicamente. Para mi sorpresa, no fue así: el baño estaba impecable; incluso, oliendo a ambientador.
No habiendo nada más, salimos de nuevo a buscar un restaurante; y Pipe escogió (muy acertadamente) al Gaslight (, teléfono ) donde probamos unas cervezas deliciosas; así como el famoso Philly Steak. Un excelente final para un día ajetreado.
Una gran entrada! Me ha encantado el párrafo que has dedicado al cambio de estaciones, me imagino que será un tema al que ya estás acostumbrada, y no suscita ninguna melancolía o sentimiento semejante. Saludos!
Muchas gracias! Sí, es curioso cómo para nosotros ver las estaciones es “parte del paseo”; y así lo mencionamos: “vamos a conocer la nieve” o “vamos a ver el otoño”, o “la primavera”, etc…