Este Canto dio la victoria a los troyanos. Si en el Canto anterior habíamos dejado a Zeus enojado, esta vez está furioso con los griegos. Les dice a los demás dioses que no se metan con él; que él es el papá de todos. Luego se va al Ida, pone en una balanza la suerte de los griegos y de los troyanos; y pesa más la de los griegos. Entonces, los pone a sufrir.
Comienza una batalla fortísima; hasta el punto de que pone a Odiseo en fuga, y el mismo Néstor se ve rodeado de enemigos. Lo salva Diomedes y, corriendo para poner al anciano a salvo, se lamenta por correr el riesgo de quedar como un cobarde. Néstor le dice que no se angustie; que no va a pasar porque está salvando vidas. Y que nadie le creería a Héctor si lo dijera. Pero éste está muy ocupado arengando a sus tropas como para pensar en eso.
En el Olimpo, Hera está mirando la escena. Y está más furiosa que Zeus. Habla con Poseidón, a quien reclama que no le ayude a los griegos y se mida con Zeus. Pero el otro no quiere: Zeus está demasiado bravo. Como Hera ve que ahí no puede obtener nada y está arriesgando mucho, va a ver a Agamenón, su protegido.
Lo convence de arengar a los griegos (a los que les dice “caribonitos”) y le suplica a Zeus que porfavorcito no los deje morir. Zeus se conmueve, les concede la vida y les deja saber a través de un águila que los perdonó. Los griegos se enardecen, y ya solo piensan en combatir.
Sin embargo los Troyanos pegaron primero; y el que pega primero, pega dos veces. Están también enardecidos y sólo piensan en combatir, por lo que siguen diezmando griegos. Hera y Atenea, preocupadas, conferencian cómo socorrer a los griegos.
Atenea deja ver que Zeus está enojado con ella; que en ese momento la preferida es Tetis, que está del lado de los troyanos; y que si ella hubiera sabido que eso iba a pasar, no habría ayudado a Hércules. Hera y Atenea salen en el carro rumbo a la tierra; pero Zeus las amenaza con herirlas y desfigurarlas si no le obedecen. Hera se azara; Atenea no dice palabra. Y se devuelven.
Zeus impone en su casa. Y Héctor, entre los troyanos. Desgraciadamente para ellos, ya era de noche y no era posible pelear. Así que se ocuparon de cenar y dejaron la cosa así, hasta el día siguiente.