Así como hace ocho días hablamos de aquellos días amargos en los que dudamos de todo y de todos, quiero tocar hoy el tema de los otros días; ésos en los que sentimos que estamos, efectivamente, salvando al mundo…o, al menos, a nuestro pequeño y querido mundo oficinero.
Hay varios tipos de días dulces. Están los días en que sentimos satisfacción ante el trabajo bien hecho; pues sentimos que estuvimos a la altura de lo que se esperaba de nosotros; y que incluso dimos más; lo dimos con gusto y el resultado fue el que esperábamos.
Hay otros en los que sentimos que tenemos la confianza de nuestros jefes; que suelen ser aquellos días en los que nos hacen un aumento de sueldo; o nos encargan de labores que, para ellos, son cruciales. En esos momentos, nos sentimos al mismo tiempo responsables y capacitados plenamente para esa labor. Una sensación contradictoria, pero satisfactoria.
También existen los días en los que completamos de forma exitosa algún proyecto o tarea compleja o que haya tenido inconvenientes. En ese momento, sentimos que de alguna manera todo valió la pena; que estuvimos a la altura de la lucha; y que seguramente nos esperan retos mucho más significativos en la carrera.
También están los días en los que recibimos el reconocimiento de nuestro equipo por los logros que hemos tenido o por nuestra participación en alguna gestión importante: cuando nos nombran empleado del mes; o líder en algún área de la empresa.
Y están los días en los que el reconocimiento es externo. Son una prueba de que somos visibles en nuestro entorno; y de que nuestras labores son reconocidas en la sociedad, así sea la más inmediata.
Todos ellos días dulces; pero días que no son los más frecuentes y que, como un recurso muy escaso, se van dosificando a lo largo de nuestra vida profesional. Y, si bien creo con seguridad en que, cuando a uno le pasan esos días es porque se los merece, me gusta preguntarme también otro aspecto de los mismos: ¿son estos días los que hacen que valga la pena trabajar en lo que hacemos? ¿Hacemos todo, todo, por estos días? O, dicho de otra manera, ¿nos importa la validación de los demás?
…porque es muy importante saber si este sentimiento tan dulce de satisfacción proviene de nuestro interior y refleja nuestra pasión por lo que hacemos; si nos plantea los problemas como retos, y nos permite cosechar las pequeñas alegrías de cada día. O si, por el contrario, proviene del afán de ser reconocidos por los demás en nuestro desempeño profesional.
Sin importar lo agradable que sea la sensación de ser reconocido por los demás, ésta puede ser engañosa, llevar a malentendidos o nublar nuestro criterio para cometer imprudencias. Si dependemos en nuestro criterio de que nos estén validando constantemente, nuestra brújula propia se va a terminar descalibrando.
Tengo que decir que esta entrada me ha recordado una frase, ya mítica, de un entrenador de fútbol español que se llamaba Manuel Preciado, y un día dijo: «Ni cuando perdíamos 5-0 éramos la última mierda que cagó Pilatos, ni ahora que ganamos somos el Bayer Leverkusen».
Saludos y como siempre una entrada muy interesante.