Vuelvo con mis reflexiones de oficina con esta frase. La pongo entre comillas porque no me pertenece: la escuché en una reunión en la cual analizábamos la situación de algunas empresas que cotizan en Bolsa; y pertenece a un analista, que criticaba su desempeño y su situación de fragilidad con respecto al entorno macroeconómico.
Y sí, creo que esta frase tiene mucha razón. Más allá de las razones inmediatas para proferirla, creo que es un llamado a la reflexión de todas las personas que trabajamos en este gremio.
Por nuestra propia condición de planeadores, no podemos ser irresponsables ni pensar con el deseo: tenemos que pensar en todos los posibles escenarios y, con disgusto para -casi- todos, hacer un especial énfasis en el más pesimista de todos; pues es en ese momento en que nos van a medir el aceite y a ver lo acertado de las medidas que tomamos o de la prudencia que debe caracterizar a un buen administrador.
Trabajar con dinero deslumbra a mucha gente; y escenarios que sean demasiado propicios o demasiado fáciles, pueden llevar a cierta falta de prevención; por no decir a cierta autocomplacencia.
Peor aún, pueden llevar a pensar que durarán por siempre o que serán una tendencia en el tiempo; cuando hemos visto demasiadas veces que las correcciones suelen ser más rápidas (y más duras) que los ascensos.
Que nuestras actuales circunstancias nos lo recuerden: quedarse dormido en los laureles es el peor mal de cualquier administrador. Mantengamos tantos planes como letras tiene el alfabeto.