Museo Hergé

Con el final de la temporada de exámenes, siento que terminó 2021 para mi, y puedo finalmente decir, con algo de atraso: ¡Feliz Año Nuevo!

En reconocimiento a haber superado un año ajetreado (literal, siento que viví tres vidas y que la Alejandra que empezó 2021 no es la misma que lo termina), haber surtido un proceso de adaptación a vivir en otro país, y estar inmersa en un sistema educativo diametralmente opuesto al colombiano donde ya terminé el primer semestre, decidí darme un premio.

Por eso me quise regalar una salida a algún lugar bonito, con derecho a comprar cositas que me gusten.

Escogí como sitio para mi salida una atracción del pueblo que llevaba rato queriendo conocer, pero que no había podido visitar por estar en otras cosas: el Museo Hergé, tributo a la obra del dibujante belga, padre de Tintín. Sería una caminata corta y podría hacer otras cosas en el resto del primer día de descanso que tendría desde que comencé a estudiar.

Llegar desde Bruselas, sin embargo, es cuestión de una hora en tren en un S8, que cubre los alrededores de la capital belga y cuesta, en 2022, 5.5 euros por trayecto.

El museo en sí mismo es pequeño: de los tres pisos, la muestra cubre los dos superiores comenzando por el tercero, mientras en el inferior se encuentran la recepción, el guardarropa, el restaurante y la tienda. Visitarlo se toma, en el mejor de los casos, dos horas, y cuenta con una app de audioguía que incluye hasta trivias acerca de algunos personajes, en la que aprendí, por fin, a reconocer entre Hernández y Fernández, por ejemplo; además de la razón detrás de muchas de las características de Tintín y de la misma obra de Hergé, su creador: desde los trazos hasta las narices, todo tiene una explicación, y se explica en este museo.

El personal fue supremamente amable conmigo. Al identificarme como estudiante local, quisieron saber de dónde venía, cómo era Colombia, si allá hacía frío en invierno, que por qué había querido ir a Bélgica y a la Universidad, etc. Y, como vieron que hablaba español, sacaron también el suyo a flote para darme las instrucciones y desearme de paso una feliz visita. Quedé muy agradecida por esa muestra de hospitalidad.

Les comparto algunas fotos de la muestra (se pueden tomar fotos, sin flash) y del edificio, que es una hermosa muestra de arquitectura:

Salí del museo descansada, tranquila. Hubo momentos, incluso, en los que me sentaba en las bancas de las salas simplemente a disfrutar de estar allá y de etsar viendo la exposición. Visitar este tipo de lugares tiene un efecto tranquilizador en mí. La visita de hoy, después del ajetreo de los últimos seis meses, tuvo un efecto casi reparador y reconstituyente sobre mí. Debería seguir con un régimen de este tipo por mi salud y mi bienestar.

Finalmente, fui a la tienda como parte de mi antojo. Compré, por supuesto, un recuerdo de mi visita. Y me llevé una sorpresa del tipo agradable: hacía unos días había pedido unas historietas de Tintín entre las que se encontraba “El tesoro de Rakham el Rojo”, que no fue posible enviar hasta donde vivo. “Bueno, eso no importa” pensé. “Ya lo compraré”. Y pues, cuál no fue mi sorpresa cuando, al entrar a la tienda, lo primero que encontré fue esto:

Me estaba esperando, estoy segura.

This entry was published on January 17, 2022 at 9:00 am. It’s filed under Diario de Viaje, Lectura and tagged , , , , . Bookmark the permalink. Follow any comments here with the RSS feed for this post.

One thought on “Museo Hergé

  1. Pingback: El tesoro de Rackham el Rojo | Through the looking glass

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