En junio, como mencioné en un artículo anterior, intenté leer varios libros sin, por fin, decidirme por ninguno. De entre los anteriores, varios de ellos fueron de ciencia ficción, entre los que destacó La Chica Mecánica.
No pude, sin embargo, leerlo. Tuve la misma sensación que tuve con Cien años de soledad: la de sentir que me envolvía un manto pesado de palabras, que me iban ahogando en una trama que no llegué nunca a comprender, o a hacer completamente mía, o a la cual no me sentí lo suficientemente cercana.
Tuve un sentimiento similar con El año del diluvio, que también intenté leer durante un tiempo este año, pero con el que –siento admitirlo- tampoco pude. Sentí que la conexión que tenía con la trama era tan leve, que era casi inexistente; que el libro “no se movía de lugar” y que era como superfluo. Que siempre seguiría siendo lo mismo…
Cabe anotar, en ambos casos, que los dos libros trataban (por pura casualidad) del mismo tema: de un futuro en el que las grandes corporaciones son quienes manejan un mundo donde ha habido grandes cataclismos ambientales, y los gobiernos se limitana ser inoperantes, o de plano inexistentes frente a la iniciativa privada. Un futuro sombrío, pero que, siendo las condiciones actuales llevadas al extremo, no es del todo descabellado.
No se qué me pasa con la ciencia ficción; o, al menos, con la del tipo de ciencia ficción que no trata acerca de robots o de sociedades futuristas, sino que plantean escenarios apocalípticos. Es como una relación intermitente… me interesa mucho; me fascina. Pero al mismo tiempo encuentro que tal vez sus tramas no me interesan o aportan tanto como siento que me han aportado los libros históricos. O puede que me relacione más con los libros históricos porque alcanzo a conocer mejor las relaciones de causa efecto; o porque creo en el aforismo de Nietzche (“Pueblo que no conoce su historia está condenado a repetirla”) o, porque, tal vez, mi visión del futuro es más optimista que la de muchos escritores, que le consideran una fatalidad. Para mí, el futuro es un material; tal vez en eso radique la diefrencia de mi relación, y deba partir de ella para darle otra oportunidad a este tipo de literatura.