La única neurosis por la cual me declaro completa, profunda y conscientemente responsable es la siguiente: no leo literatura en inglés. La leo en español. Punto. Me gusta el sabor que mi propia lengua da a las palabras; me parece mejor sazonado que la sosa condimentación inglesa, a la que no acabo de encontrarle el gusto.
Hay que decir, sin embargo, que uso el inglés de forma cotidiana para literatura técnica o partes noticiosos. Para ambos es magnífico, pues es preciso en sus términos. Es la lengua en cuyo contexto se crearon los conceptos de mi área de trabajo, y en la que se genera mucha información importante. El detalle (y el diablo reside en ellos, dicen por ahí) es que nunca quise leer en inglés, a pesar de la insistencia del colegio, donde aprendí.
No obstante, estoy haciendo el esfuerzo de leer literatura en inglés. El universo de publicaciones literarias siempre es más amplio en inglés que en español. Éstas siempre son, en primer lugar, en inglés (las traducciones al castellano se demoran AÑOS, por experiencia propia) y, muy importante en esta época, el acceso a conocimiento compartido siempre es mayor y más abundante en la lengua de Shakespeare que en la de Cervantes.
Así pues, decidí leer en inglés. Y, de animada, decidí que fuera literatura; no libros técnicos, a los que estoy más acostumbrada, y de los que tengo varios en casa. Y, para aumentar el nivel a mi animación, decidí que fuera un libro de George RR Martin, “A dance with dragons” el escogido, de cuyas 1.095 páginas disfruté a cabalidad.
Descubrí, sorprendida, que no me fue difícil integrarme. Es cuestión de comenzar, y de tenerse paciencia pues habrá veces en las que se lea y se crea conocer desde el instinto qué dice; pero en las que, al releer más cuidadosamente, quiere decir otra cosa distinta. Tan pronto se leen las primeras cinco o seis lineas, el resto del texto se desliza ante los ojos suavemente.
Leer en otro idioma es un paseo divertido para quienes son cuidadosos.