He aquí un tema de los que siempre he querido hablar: los famosos libros de supermercado. Hay de todo: desde autoayuda, “chick-lit” o literatura del cartel, hasta libros de historia, que podemos encontrar en los anaqueles de las grandes superficies. En muy pocos lugares, los encontramos en una sección propia, como se acostumbró hace mucho tiempo; ahora están la lado de las cajas registradoras compitiendo por la atención de los compradores junto a las revistas.
Curiosa idea, pues parece partir del concepto de que comprar un libro es un acto tan irracional como detenerse a leer las últimas andanzas de Kim Kardashian mientras toca el turno de pagar el mercado. O, lo que es lo mismo, de que no se tiene tiempo para escoger con tranquilidad algún título con el cual olvidar desempacar las compras.
Sin embargo, la real base de la que se parte es la rentabilidad. Para el comercio minorista, es poco rentable tener una superficie del almacén dedicada a la exhibición de libros, porque sus inventarios se mueven menos que los de las toallas. Por esta razón, se le pone en una sección de paso que resulte cómoda para los compradores comprendiendo, por supuesto, que hay comerciantes que a ello se dedican: los libreros.
Sin embargo, la expresión que titula esta columna se refiere a algo más que a un libro de dudosa calidad literaria (en la mayoría de los casos), que se encuentra en la situación descrita más arriba. Se refiere a libros que son escogidos con el ya mencionado criterio de la rentabilidad y cuya situación no obedece al criterio que podría tener un librero al escoger una obra para incluir en la colección de su librería. Es el criterio comercial; la escogencia de un libro porque su autor es famoso, porque es el tema de moda, porque, a resumidas cuentas, es lo que da y “lo que el pueblo está llevando”.
Por esto, se encuentran libros de administración, autoayuda o del cartel, sin ningún tipo de concierto ni de cadencia conceptual que indique que buscan inducir a algo distinto que la compra. Menos mal existen las librerías!